El psicoanálisis está vinculado a la ciudad, como a una
Polys. Las primeras asociaciones psicoanalíticas no eran
nacionales, eran ciudadanas. La Sociedad Psicoanalítica de Viena, la
de Budapest, la berlinesa o la de Zurich, etc.
Podríamos pensar que será del psicoanálisis en Barcelona, en
Roma, en Porto Alegre, en New York...... También en La Plata. Y en
cada ciudad implica sus circunstancias, una cultura, sus costumbres,
sus historias. Su simbólica, su imaginario y -porqué no- su real.
Viena, por supuesto. Y claro, Paris, ¡oh, la la, Paris....! Y Buenos
Aires, un poco engreída reflejando el brillo derramado por aquellas.
Sin embargo para Freud, más que el brillo valía el “barro”. Entre
el oro y el barro, eligió el barro: los sueños, los actos fallidos,
el chiste, los síntomas histéricos, esas formaciones del
inconsciente, con poco brillo para la ciencia.
En relación al aparato psíquico Freud pensó en dos ciudades: una,
Troya, develada de su aura mítica por Heinrich Schliemann en 1870.
Freud se consideraba a sí mismo un nuevo Schliemann sacando a la luz
los basamentos del Inconsciente. La otra ciudad Roma, la
inalcanzable para el maestro vienes, una ciudad mítica donde ruinas
sobre ruinas, cristianas sobre paganas, romanas sobre etruscas, se
superponen sin excluirse, como modelo de la temporalidad del Aparato
Psíquico.
Freud ilustra su concepción del inconsciente atemporal con la
visión del arqueólogo que excava, descubriendo ciudades sobre
ciudades, conviviendo épocas diferentes sin suprimirse unas a otras.
Pero en Baltimore (Estados Unidos) Lacan utilizó otra imagen y
otra temporalidad, la pulsación luminosa de los carteles de neón y
las luces de los autos corriendo por la autopista en el amanecer: el
inconsciente es Baltimore, temprano, al amanecer, dijo entonces el
maestro francés.
Una superficie, no una profundidad.
La imagen freudiana tiene un matiz onírico, la de Lacan alude a
un despertar o a un insomne despierto frente al devenir pulsante de
los relámpagos de neón que iluminan la noche. Una noche urbana y
moderna.
Y entonces, como ciudad, ¿cuál es nuestra Polys?.
Quisiera detenerme en una, la ciudad de La Plata. El
psicoanálisis tiene una historia en La Plata. Una historia jalonada
con muchos nombres. Uno de esos nombres comenzó cuando en la
Universidad Nacional de La Plata la Carrera universitaria de
Psicología era parte de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación. Ahora es “Facultad de Psicología” (¿con qué
“beneficio”?).
Primero fue “Psicología Profunda”, memorando la
nominación utilizada por el propio Freud, luego “Teoría
Psicoanalítica”. En ambas una referencia inevitable, Rolando
Karothy.
En la cena de despedida a los profesores que dejábamos
la cátedra Teoría Psicoanalítica en La Plata: los profesores Renato
Báez Carcey, Rolando Karothy y el suscripto (luego también la
profesora Mariana Bellabarba), Karothy recordó las palabras que en
relación al cuestionado concurso universitario que lo desplazó de
aquella Universidad, le dirigió María del Carmen Meroni: “por suerte
el profesor no se tragó al analista”.
Lo destaco porque no es sencillo evitarlo. Para que esa deglución
no suceda es preciso una firme actitud, resistirla.
Caso parecido, seguramente, a lo que sucedería en otras
instituciones, como las hospitalarias, del sistema de salud o del
sistema educativo. Pero la Universidad tiene sus peculiaridades, un
discurso que la caracteriza y el lazo que ese discurso propicia. Y
en este caso -además- las particularidades que hicieron a la carrera
de Psicología en La Plata.
Toda institución construye un imaginario de lo que es el Bien
y el Bienestar. Son justamente los ideales que el
psicoanálisis viene a cuestionar. Por eso el psicoanálisis incomoda
y no es cómoda la posición de los analistas en las instituciones. No
está de más señalar que eso vale también para las instituciones
formadas por psicoanalistas.
Entonces, el soberano bien de la institución, en el caso
que menciono de la instituciónuniversitaria, favorece ser tragado
por su discurso universitario y con ello el psicoanálisis no estará
cómodo. Escribo esto pensando en esa incomodidad.
En cualquier institución, si uno se acomoda, se apoltrona, como
se dice calienta la silla, no sería inusitado que después
de 30 años alcanzara las posiciones jerárquicas más elevadas. Si eso
sucede en la Universidad, no solo el profesor se tragaría al
psicoanalista, la silla se tragaría al profesor. Y eso sucede.
Por la Universidad, por sus márgenes, transitamos muchos; pero
algunos poseen el don de entreverarse en esos fenómenos
institucionales que permiten ocupar el centro de una escena montada
para un público numeroso y entusiasta.
Sobre la numerosidad y el entusiasmo de ese público, mantengo la
opinión de Giordano Bruno en La Bestia Trionfante respecto
de la incompatibilidad del amor a la Verdad y a la Multitud. Y ya
que la verdad no goza de simpatías, el asunto parece reducirse a
conservar las buenas formas y hacer lo políticamente
correcto.
La Universidad produce ciertos fenómenos, como la idealización de
la construcción de un saber, idealización totalizante, fenómenos de
masas -tan sensibles al gusto del estudiantado y sus dirigentes-, y
también de status quo. Siempre por buenas razones, las
buenas normas y el bien de todos.
“Toda ciudad se ofrece a nuestros ojos como una comunidad; y toda
comunidad se constituye a su vez en vista de algún bien (ya que
todos hacen cuanto hacen en vista de lo que estiman ser un bien). Si
pues todas las comunidades humanas apuntan a algún bien, es
manifiesto que al bien mayor entre todos habrá de estar enderezada
la comunidad suprema entre todas y que comprende a todas las demás;
ahora bien, ésta es la comunidad política a la que llamamos ciudad
(Polys)” (La Política, libro primero, Aristóteles; en
“Ética Nicómaca – Política”, Editorial Porrúa S. A., México, 1992.
Página 157)
Con estas palabras comienza Aristóteles su libro sobre la
Política y probablemente siga siendo la concepción predominante
respecto del ideal político: alienarnos al bien supremo significado
en un gran Otro.
Veamos que dice Freud:
“¿Qué es lo que los seres humanos mismos dejan discernir, por su
conducta, como fin y propósito de su vida? ¿Qué es lo que exigen de
ella, lo que en ella quieren alcanzar? No es difícil acertar la
respuesta: quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y
mantenerla”.
....
“Es simplemente, como bien se nota, el programa del principio del
placer el que fija su fin a la vida. Este principio gobierna la
operación del aparato anímico desde el comienzo mismo; sobre su
carácter acorde a fines no caben dudas, no obstante lo cual su
programa entra en querella con el mundo entero, con el macrocosmos
como con el microcosmos. Es absolutamente irrealizable, las
disposiciones del Todo -sin excepción- lo contrarían; se diría que
el propósito de que el hombre sea dichoso no está contenido en el
plan de la Creación” (“El Malestar en la Cultura”, S. Freud.
Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2001; en Obras Completas, Volumen
XXI, página 76)
En síntesis, la frustración del programa del principio del
placer, genera lo que Freud analizó como malestar en la cultura.
Otra dimensión es la del síntoma.
La modalidad de respuesta sintomática promueve la ilusión de
verse liberado de la responsabilidad de responder. Eso lo llamamos
“beneficio secundario” del síntoma. Es la posición del escolar, que
falta a clase si padece fiebre. La ilusión de no responder por
nosotros mismos es una ilusión infantil.
¿Y porqué deberíamos responder? Tenemos solo dos alternativas,
responder por el deseo o por el Otro. En realidad no son
excluyentes, ya que la vía del deseo atraviesa por el campo del
Otro, tanto como el de los semejantes. Y el Otro, en la medida que
lo reconozcamos barrado propicia el deseo. Pero en el contexto que
menciono, responder por el Otro implica una política oblativa,
destinada al fracaso pero no por eso menos insistente. Solo lleva a
lo peor. Incluso a lo peor del crimen. Bregar por la consistencia
del Otro puede justificar los peores crímenes. Los crímenes
cometidos en nombre del Führer (o de la Revolución) son un ejemplo,
pero podríamos nombrar muchos otros, no tan trágicos y mucho más
cotidianos. Incluso los realizados “de buena fe” en nombre de la
Ley. Y las pequeñas miserias, de pequeños sometimientos a pequeños
amos.
Y con respecto a las pequeñas miserias en la Universidad,
recuerdo que Elisabeth Roudinesco expresa, en su biografía de Lacan,
un interesante comentario del psicoanalista acerca de las secuelas
de la insurrección conocida como Mayo francés:
“...la protesta habría llevado a la supresión en la Universidad
de la antigua función del maestro [maitre – Amo] para
sustituirla por un sistema tiránico fundado en el ideal de la
comunicación y de la relación pedagógica” ...
...“la Universidad de las barricadas fue uno de los momentos del
relevo, en la Universidad, de los intelectuales por los tecnócratas”
(Elisabeth Roudinesco, “Lacan, esbozo de una vida, historia de un
sistema de pensamiento”,Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires,
1993; página 505).
Sabemos que según Lacan el saber universitario tiende a sustituir
a la iglesia y produce sujetos a los que se dirige como unidades de
valor. La revuelta universitaria contra los viejos amos / maestros,
los viejos señores feudales universitarios, derribando
Jefes de Escuela, dejó en su reemplazo la generación de mediocres
tecnócratas, de “funcionarios” y administradores. Paradójica
consecuencia de una revuelta estudiantil-proletaria. Se cumplió la
predicción de Lacan: quieren nuevos amos, los tendrán.
Dicho sea de paso, en la lectura de Roudinesco, la tendencia
extrema a la formalización matemática, dentro del campo mismo del
psicoanálisis lacaniano, en particular representada en aquella época
por Miller, también está en esa línea de la construcción de un saber
universitario.
Luiz-Olyntho Telles da Silva en un artículo que espero sea de
próxima publicación, afirma que si Freud empeñó su vida en la
profundización de la teoría psicoanalítica, en su difusión y en
defensa de sus conceptos, no fue debido a un afán de salir de la
marginalidad. Al contrario, remarca dicho autor que cuando el
psicoanálisis empieza a ser muy aceptado... ¡El riesgo es que deje
de ser psicoanálisis! (“La excentricidad del Psicoanálisis”, texto
basado en una conferencia dictada por su autor en la ciudad de
Bento Gonçalves, traducción al español por Ruth Carrion
Britto Velho de Mattos, con revisión del texto y notas por Juan C.
Mosca)
Señala el psicoanalista brasileño que es cierto que ha existido
un creciente interés por el psicoanálisis y una correlativa
proliferación de psicoanalistas, pero -afirma el autor- seguramente
esos dos fenómenos no son la misma cosa. Y señala que si bien el
psicoanálisis realmente ha proporcionado enfoques innovadores para
otras ramas del conocimiento, en cuanto a la proliferación de
psicoanalistas resulta necesario considerar por lo menos dos
vertientes, una de ellas sin duda es la del interés genuino y la
otra, al menos en ciertos lugares, se debe a un fracaso:el afán de
“conquistar espacios”.
La marginalidad del analista, su obrar “en los márgenes”,
significa poder ver las cosas desde otro ángulo.
Mantenerse prisionero de la alienación y los prejuicios es el
precio a pagar para conservar la ilusión de ser amado. Para tener
otra perspectiva el psicoanalista paga con la marginalidad.
El Yo se somete para no perder la esperanza del amor del Otro. Es
para mantener las cosas de ese modo que resiste al inconsciente.
Pero si Freud coloca la resistencia del lado del analizante, Lacan
la colocará del lado del analista. ¿Qué quiere decir con eso?
Recuerda Luiz-Olyntho que Lacan estuvo muy preocupado en defender
al psicoanálisis del ansia de adaptación de la
ego-psychology al american way of life. Y entonces
afirmó: la resistencia es del psicoanalista.
Poniendo la resistencia en el analista Lacan no sólo cambia la
posición de la resistencia sino también cambia su señal. Cuando se
decía que si algo no andaba en un análisis era por el analizante,
Lacan ubica al Yo del analista como obstáculo.
Pero Luiz-Olyntho no quiere olvidar que Lacan era francés, para
así -sin perder de vista esa enseñanza del maestro- abrir también
otra perspectiva, que subraya al señalar la relación de la
resistencia con los franceses. Dice entonces el colega brasileño que
existe incluso una expresión que reúne las dos palabras:
¡resistencia francesa!
Así que, cuando Lacan afirma que la resistencia es la del
analista, Telles da Silva evoca el sesgo de esa otra referencia,
para que puedan ser tomadas en consideración otras luces y otras
sombras.
Nos recuerda ese sesgo un sentido aproximado, al que Lacan
expresa al final de La Ciencia y la Verdad, cuando allí
afirma a su auditorio que:
"... en cuanto sujetos de la ciencia psicoanalítica, es a la
solicitación de cada uno de esos modos de la relación con la verdad
como causa"- los modos a los que Lacan se refiere son, por oposición
al del psicoanálisis, los de la ciencia, de la magia y de la
religión -"a la que tienen ustedes que resistir" (En “La Ciencia y
la Verdad”, Escritos 2, página 854/5, Editorial Siglo XXI, México,
1984)
“Tienen ustedes que resistir...”, suena a un mandato. Es una
clara indicación dirigida al analista. Un deber, un mandato, por
tanto apunta a un horizonte ético.
Tienen que resistir. Señalemos, junto a Telles
da Silva, que en alguna forma podría decirse que el deseo del
analista también consiste en “resistir”.
¡Escándalo...! ¿Cómo?, ¿resistir? Sí, resistir la tentación de
suturar la hendidura, resistir al fenómeno de masificación, resistir
a los saberes establecidos, a la consistencia del status
quo, al sometimiento y a la canallada, a la estigmatización de
la posición marginal, al atractivo vértigo del escenario en el que
el rey está desnudo.
También resistir que el profesor se trague al analista. Resistir
la mediocridad.
Porque esta forma de “resistir” es posicionarse “excéntrico”
respecto del “centro”, para preservar -en los márgenes- el deseo de
analizar.
Remarco entonces esas palabras de Lacan: “... tienen
ustedes que resistir”.
Eso tal vez haga toda la diferencia en cuanto al futuro del
psicoanálisis, en la ciudad de La Plata y también en cada ciudad
donde transitamos los márgenes.
[*] Licenciado en
Psicología por la Universidad de Buenos Aires - Psicoanalista.
Docente en la cátedra Teoría Psicoanalítica, Universidad Nacional de
La Plata (ciudad de La Plata, Buenos Aires. Argentina). Director de
Redacción de la publicación "Texturas en Psicoanálisis" (Buenos
Aires, Argentina).