ALOCUCIÓN PRONUNCIADA PARA LA CLAUSURA DEL CONGRESSO DE LA
ESCUELA FRANCESA DE PSICOANÁLISIS,
POR SU DIRECTOR.
19 DE ABRIL DE 1970
No preparé nada (1) para clausurar, como lo exigía la costumbre, con mi alocución este congreso.
Es que, ustedes pudieron verlo, a medida que avanzaba, yo lo notaba cada vez más.
De este modo lo sostuve voz en cuello el primer día, con el sentimiento de que ahí había algo para descongelar.
Luego me he atenido a escuchar con un silencio cuya custodia me resultó beneficiosa. Pues este congreso lejos de aburrirme, como esto me pasa digamos a veces, me ha retenido fuertemente, aún teniendo en cuanta las ausencias de las que excuso ante aquellos que podían encontrar allí una falta.
Para decirlo todo, este congreso fue para mi una enseñanza. Esto bien puede parecer el caso decirlo, de un Congreso sobre la enseñanza.
Pero es tal vez allí que se encuentra el pelo, en verdad la crin, no es seguramente que haya alcanzado su objeto, tampoco que haya entrado en su sujeto.
Pues notémoslo según Nemo, quien en su juventud nos da esperanza, nuestro congreso se anunciaba: de la enseñanza.
Nada menos que esto: no de la enseñanza del psicoanálisis, de la enseñanza simplemente.
Sea como fuere, uno puede expresar lo siguiente: una enseñanza, no quiere decir que ella os haya enseñado algo, que resulte de esto un saber.
Les doy aquí una reflexión, entiéndanme la puntería, que me asombre que haya parecido en todo momento sobreentendido que la enseñanza era transmisión de un saber, toma como horizonte la hamaca en su ir y venir del enseñante al enseñado: su relación, por que no? Es el barco que hace falta allí encontrar en la feria de nuestro tiempo, su alcance no mucho más loco que la relación médico-paciente por ejemplo.
El activo y el pasivo, el transitivo y el corolario, el informativo y el entrópico, nada está de más para la salsa de esta calesita.
Una observación para sanear nuestro caso: es que la enseñanza podría estar hecha para hacer de barrera al saber. El más humilde de los pedagogos, como se diría sin reírse, puede a cualquiera dar la sospecha de esto.
De dónde surgió la poca evidencia decimos: de la relación saber-enseñanza.
¿Tal vez no parecería excesivo postular que el saber es algo más difundido en el mundo que lo que la enseñanza se lo imagina?
¿Por qué quedarnos sordos ante el deslizamiento que este año más aún yo imponía al saber al homologarlo con el goce?
Si parece que el psicoanalista hubiera podido percatarse más temprano de lo que más o menos implica todo lo que dice, ¿no estamos aquí recortando la cosa?: que la enseñanza es allí el obstáculo a que él sepa lo que dice?
Basta con ver allí que por este lado es el instinto el que lo desconcierta, es decir una noción que solo se sostiene de la fábrica de la enseñanza.
Por supuesto está en mis principios no esperar para nada que mi discurso sea tomado como enseñanza. Pero no nos alleguemos enseguida a este punto que fue causa de debate este último día.
Es extraño que mis fórmulas, mis cuadrípodos de este año, no hayan siquiera sido invocados en sus propósitos más tangentes. Mientras que no se hubiera perdido nada al ponerlos en el pizarrón.
Es el tiempo que hace falta, debo admitirlo, para que se llegue a mi discurso allí donde él está hecho para servir. Así mi tesis de medicina fue el hilo con el cual Tosquelles me dijo haber desenredado el laberinto que le resultó el Saint-Alban, adonde la guerra, las guerras más bien, lo habían llevado. Pero cuando me lo dijo, yo podía creer que ella dormía, mi bella tesis, tanto como los 10 años que ella había durado antes ¿Por qué esta Bella Durmiente, la haría yo correr ahora?
Enseñantes, entonces ustedes, fueron míos. No sin que me invada algún des-ser: esto debe saberse desde hace un momento ¿Soy más enseñado por vosotros? Ya que allí no es el caso de la pareja obligatoria, con la cual acaban de machacarse vuestros oídos.
Aquello que del amante al amado hace camino poco seguro, debería tornar más prudente con respecto al transporte a estas parejas de participios.
Estoy sorprendido que, más bien que del transtivo induje al tránsito, nunca se haya visto la ocasión de introducir la ambivalencia y con un paso menos apresurado aquello que la deshonestisad (2) se divierte con ello.
Que el amante comporte lo odiado, para ser claro, no quiere decir que el amor y el odio, es un todo, dicho de otro modo tienen el mismo soporte. Dos al contrario.
Partamos para esta partición del partiente, partido. Será mejor, de allí a que el transititvo no lo sea tanto como uno se lo imagine, no hay más que un paso...de la transición de la cual nada se vehiculiza.
Y que no se me detenga en lo que he dicho que el amor es siempre recíproco, ya que justamente es lo que tienen para suscitar el amante, no es aquello que lo embarga.
De donde vuelve el alfiler (de gancho): cómico.
A decir verdad es de la división del sujeto que se trata: quién de su palpitar hace surgir el objeto en dos lugares sin soporte.
Solo puedo ser enseñado en la medida de mi saber, y enseñante, hace muchísimo tiempo que cada uno sabe que es para instruirme.
Ambivalencia que no es porque el psicoanalista la confirma, que su posición se realza.
Es dela relación más bien, y aquí la palabra no es un chiste, la relación: analizante-analizado que marcamos un gol en el asunto.
A condición por supuesto que se sepa donde está el analizante. Es cierto que es como si todo el mundo hubiera sido advertido del momento mismo en donde la palabra: psicoanalizante haya sido proferida por mí para desbautizar de ello lo dicho: psicoanalizado, a la manera francesa.
¿Le habría hecho esta jugada al analizante, de que no se trata más que de él cuando va a alo de mis colegas, la mala pasada de hacer que, para ser analizado, es mediodía, también puede resignarse a no serlo más, tanto como en el decir de Freud no lo será nunca un psicoanalista?
Pero dejemos esto cuando aquello de lo cual se trata es de lo que viene a ser analizado. Si uno lo sabe, por qué no decirlo, decir que uno lo sabe, entiendo.
Queda por saber si uno lo enseña. Es allí que hay que volver a la observación de Nemo. Para el enseñante, el buscarlo por otra parte por su oficio, por su oficio en cuanto al saber, sea: que él (el saber) es efecto de la enseñanza. Paso por alto lo que me fatiga poner en el pizarrón, aquello que llamé mis cuadrípodos, y os invito a confiar en lo que sea donde está el S barrado, que el enseñante se encuentra, se encuentra cuando hay enseñante, lo que no implica que lo haya siempre en el S barrado.
Esto quiere decir que el enseñante se produce a nivel del sujeto, tal como lo articulamos del significante que lo representa para otro significante.¿quién sabe cuál? Basta que esto otro se sepa, para que el sujeto salga del saber para volver allí: ¿no es propiamente el movimiento con el cual el enseñante, el enseñante como esencia, se sustenta?
Como status, esto depende de donde el discurso le da lugar.
Ustedes saben que este año de ello he articulado cuatro del deslizamiento de cuatro términos sobre cuatro posiciones, orientados para permitir la permutación rotatoria.
En el discurso que digo del Amo, es fácilmente el enseñante, el legislador (Licurgo, como osa llamarse a veces) quien soporta la ley, esa ley de la cual es una maravilla, que nadie esté exento de ignorarla, de aquello que es el enseñante en persona.
No es allí tocar como lo es para el goce, ser legislado,-se idealiza, y encarnarse es tan solo de ello una forma, la razón con la cual es sujeto hace el fantasma: razón que va hasta de Diosa carnal a sostenerse.
Es en este trazo que un Hegel persuade al esclavo que al trabajar, ya por su saber a alcanzar el absoluto, que el absoluto del imperio del amo será su propio imperio él puede alcanzar este domingo de la vida con el cual un humorista ilustró bien la farsa de la cual, haciéndose asiduo a ella, no había perdido su rumbo.
Lo más cómico es también aquello que uno se imagina en política haber corregido de la empresa, mientras que es de allí que Hegel triunfa en el improbable engaño que él reconoce: de la astucia de la razón.
El saber que viene en lugar del agente, es el cuarto de vuelta mediante el cual con Carlomagno digamos, se instituye el discurso de la Universidad. Por supuesto, la historia no basta para describir la estructura.
El saber hace agente, se reúne con nuestro propósito, de resultar ser la enseñanza. La enseñanza es el saber que este lugar de donde reina, en suma desnaturaliza. Que se me perdone aquí lo escueto, pero éste en resumen es también el saber puesto en Summa, con una S mayúscula, y por qué en esta vía privarme: el sueño (le somme), para estar allí, vale la suma (la somme). El sueño del saber engendra monstruos, al decir verdad civilizados: si siguen la vía de mi S barrado, ustedes ven que el enseñante se encuentra aquí en el registro de la producción, lo que no sale de lo verosímil.
Decir en que ordenanza esta producción se agencia no sería nada más que dejar la crisis presente de la Universidad aseverarse como estructura, a hacer cantinela respecto de ello, de nuestro sujeto: es la enseñanza.
Es evidente que a aquello que es plus-de-gozar que se encarna en aprendices de amos, no queda para nada enseñado, salvo a servirse del eenseñante, que aquellos que tienen la receta de familia, sacarán los significantes-amos que no son la producción, sino la verdad de la Universidad (CF. Sen el cuadrípodo). Esto para, de Oxford y de Cambridge, ser ventilado, es decir demasiado expuesto para no haberse distendido, no guarda de ello recurso menos vivo en lugares de no menor imprudencia.
Es necesario notar aquí sin embargo que para llegar a la enseñanza, el saber debe por algún punto ser saber de amo, tener algo de significante-amo para tener validez de verdad. Es la marca de las artes llamadas liberales de la Universidad medieval. La liberalidad de la cual ellos hacen mandato, no es más que ello.....uno puede quedarse en los ejemplos en donde el desgaste del tiempo deja ver muy bien los hilos de la estructura, allí donde no tienen más interés por no conducir más nada. Un saber a pasar por la cofradía, hace otra función dela maestría.
Es de aquello que se llama la ciencia que se trata para nosotros, de apreciar de su apoyo al discurso del capitalismo. ¿Hace falta Universidad allí?
Este año no hice más que afirmar el antecedente que me parece seguro, que en su raíz griega la ciencia, lo que se dice , si bien la reconduce la muestra, es asunto de amo donde la filosofía se sitúa en haber dado al amo el deseo de un saber, la expoliación del esclavo consumándose allí de este nuevo saber (scienza nuova).
Es el interés de ver aparecer en el cuatrípodo que designo con el discurso de la histérica, un saber como producción del significante-amo mismo, puesto en el lugar de ser interrogado del sujeto llevado al agente.
Sin duda es allí hacer enigma, pero que esclarece muchas cosas en osar reconocer en Sócrates la figura de la histeria, y en el barrido con el cual Descartes procede con los saberes, el radicalismo de la sujetivación en donde el discurso de la ciencia encuentra a la vez el acosmismo de su dinámica y la coartada de su noética, para no cambiar nada en el orden del discurso del Amo.
Se aborda ahí, en la medida de dos cuartos de vuelta opuestos de los cuales se engendran dos transformaciones complementarias, que la ciencia, de fiarnos en nuestra articulación, pasaría por producirse en el discurso universitario, el cual contrariamente se aseveraría de su función de perro guardián para reservarla a quien le corresponda.
Es de la media vuelta constituida por el discurso del analista, es decir del discurso que toma su lugar en ser de una distribución opuesta a aquella del discurso del amo, primario, que el saber viene en lugar de aquello que designamos como la verdad.
De la relación del saber con la verdad se hace verdad lo que se produce de los significantes-amo en el discurso analítico, y está claro que la ambivalencia del enseñante al enseñado reside allí en donde de nuestro acto, le hacemos camino al sujeto rogándole asociarse libremente (lo que quiere decir: hacerlos amos) a los significantes de su estructura.
Esta producción, la más loca para no ser enseñable como no lo experimentamos sino demasiado, no nos libera por ello de la hipoteca del saber.
Es entonces un lapsus lo que al tantear en la enseñanza, algunos hacen de avanzar no se sabe qué subversión del saber.
Por el contrario el saber hace la verdad de nuestro discurso.
Nuestro discurso no se sostendría si el saber exigiera la mediación de la enseñanza. De allí el interés del antagonismo que subrayo aquí entre la enseñanza y el saber. No obstante es de la relación del saber con la verdad que nuestro discurso plantea la cuestión, que no pueda resolverla más que por la vía de la ciencia, es decir por el saber del maestro.
Es en esto que el modo con el cual la verdad se formaliza en la ciencia, a saber la lógica formal, es para nosotros punto de mira en que extenderla a la estructura del lenguaje. Se sabe que en esto está el núcleo de donde procede mi discurso.
Hay que saber si este discurso cae bajo el golpe de la enseñanza. Puesto que en suma sólo se trata de esto: dela molestia que mi enseñanza causa en la Escuela.
¿Por qué aquellos que se apropian de ella, no podrían poner allí, a su gusto, fácilmente, otros apóstoles, de verborragia prestada?
¿Se trata allí de conminar a cualquiera que dé pruebas de que siente lo que expresa? En verdad quién se haría testigo del acento de verdad?
Sin embargo sé lo que encuentro en volver a decir, de ser retomado en tal continuación, de una vuelta universitaria que no engaña al vaciarla del acto que la hizo.
A lo cual por más que Kaufmann trate de hacer bandera que después de todo yo no haga un “curso de psicoanálisis” (es lo que reivindico y se ve el malentendido),- y que lo mejor de aquello que inspiro, satisface al discurso universitario, en prueba de que el grafo es de buen tono, por ende de buen uso en muchos campos, encuadrados por al universidad, de la enseñanza.
Ciertamente no veo allí nada que objetar, si no fuera que es curioso que el grafo, en donde prospera no se haya producido más que al ser importado del discurso del psicoanalista.
Sea de donde el acto comanda que la causa del deseo sea el agente del discurso.
Lo que me salva de la enseñanza, es el acto, y lo que da testimonio del acto es que nunca tuve mañana para mi refugio, ni refugio que yo sostenga de aquello que, al quedar sordos a lo que yo aporte, se ofrece el lujo de exhibir que pueda privarse de su falta para subsistir muy pesadamente: aquello que es evidente para la universidad, lo es también para todo el mundo.
No sabe ella en efecto que el acto mismo del psicoanalista, puede por ella ser calibrado como conjetura de su falta: es lo primero que enuncié.
Que yo actualice esta conjetura, es la paga por tolerarme.
Lo que repugna en un estilo que se presenta universitario, para retomar mi discurso, no es que lo retome en su tenor sino en el refugio que tomo allí por otra parte. Es bien diferente de la manera servil o no de reproducirlo.
Es la distancia de la copia al plagio, pero también: hecho que lo aclara.
Se ha percibido que la copia tienen menos de la imitación que del desplazamiento por donde el discurso aparece como un squatter. Cuando el plagio tienen mas bien de mudanza.
Estos dos modos sin embargo no van más lejos que de diseminar mi palabra, porque no pude llevar la menor idea de mi discurso.
Es que la primera le falla al discurso universitario, la segunda cerrada a cualquier otro.
Un lapsus grande o sutil es aquello que se siente allí donde se ubica mi discurso.
Así hizo Abdouchéli hace un rato que pronto rechazó de plano la pretensión estupefaciente de ser emitida que el jurado de confirmación tuviera que cuidarse de un des-ser que fuese del gusto de todo censor. ¿Quién hubiera podido imaginar, dice él, que el des-ser fuese un estado en el cual cualquiera pudiera instalarse en ninguna actividad? Agreguemos que él no se perfila sino al defender al Otro de un acto, primero, y que lejos de ser la disponibilidad sin duda adquirida que se quería decir, es de tomarla como peligro que su aparición hace pase.
Hay derecho de mantenerlo como peligro indispensable a que haya un verdadero pasante, que Tostain se encuentra haciéndole frente a Irene Roubleff sobre lo que ella cree deber corregirle a recordarle dónde tropiezan los que atribuyen el des-ser al psicoanalizante. Es que pasantes no son ni psicoanalizante ni psicoanalizado, puesto que es entre los dos que esto pasa, salvo que nada haya pasado.
Finalmente Guattari es sagaz en formular la pregunta de dónde el efecto del lenguaje se impone al cuerpo, por lo que se le atribuye al ideal por una parte, del objeto a de la otra. Es un pathos para el ideal pero también una corporización. Es en el objeto a donde el goce retorna, pero en lo que arruina del alma no se consume más que de un incorpóreo. Y el demandante de responderme, parece evitar mis trampas falsas.
Lo que tengo que acentuar, es que de ofrecerse a la enseñanza, el discurso psicoanalítico lleva al psicoanalista a la posición del psicoanalizante, quiere decir a no producir nada de amaes-trable (3), a pesar de la apariencia sino a título de síntoma.
Es por eso que medeor sería el término a lo que se autoriza, si no pudiera designar nada como medio más que la voz con la cual él opera, al solamente confesar la falla irremediable de que el psicoanalizante no esté a la altura de lo que le corresponde de psicoanalizado.
La verdad puede no convencer, el saber pasa en acto.
NOTAS
(l) A la inversa de lo que resulta para mi “respuesta” de más arriba, el texto es aquí segundo, del cual lo hablado también será distribuido.
(2) “Mal(e)honnêtetèe”: juego de palabras que puede traducirse así: “des-honestidad” o bien “macho-honestidad”.[N.T.]
(3) “maîtr-isable” juego de palabras que remite a “dominable” y también “amaestrable”.