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da Biblioteca Sigmund Freud
LA IDENTIFICACIÓN
Jacques Lacan
Clase 13. del 14 de Marzo de
1962
En el diálogo que prosigo con ustedes hay forzosamente hiatos, saltos,
casos, ocasiones, para no hablar del fatum. Dicho de otro modo, está
cortado por diversas cosas; ayer a la noche, por ejemplo, escuchemos la interesante,
la importante comunicación de Lagache en la reunión científica
de la Société, sobre la sublimación.. Esta mañana
tenía ganas de retomar a partir de allí, pero por
otro lado, el domingo había comenzado por otro lado, quiero decir,
por una especie de observación acerca del carácter de lo que
se prosigue aquí como investigación. Es evidentemente una búsqueda
condicionada, ¿condicionada por qué? Por el momento, por un
cierto objetivo que llamaría objetivo de una erótica. Considero
esto legítimo, no que tengamos una naturaleza esencialmente
destinada a hacerla cuando estamos en el camino donde ella es exigida, quiero
decir que estamos en ese camino un poco como, en el transcurrir de los siglos,
los que meditaron acerca de las condiciones de la ciencia han estado en el
camino de aquello en lo que la ciencia triunfa efectivamente. De ahí
mi referencia al cosmonauta que tiene su sentido, en la medida en que allí
en lo que triunfaba no era cierta ni forzosamente lo que ella esperaba hasta
un cierto punto, por más que las fases de su búsqueda hayan
sido abolidas, refutadas por su éxito.
Es cierto que hay en la gente -empleamos ese término en el sentido
más amplio, a menos que lo empleemos en un sentido ligeramente estrecho,
el de los gentiles, lo que dejaría evidentemente abierta la curiosa
cuestión de los gentiles definidos en relación a X (ustedes
saben de dónde parte ésta definición de los gentiles)
, lo que dejaría abierta la curiosa cuestión de saber como
ocurre que los gentiles representen, si puedo decir, una clase secundaria
en el mismo sentido que le daba la última vez, de algo fundado sobre
una cierta acepción anterior. A pesar de todo, no estaría
mal; pues en esta perspectiva los gentiles es la cristianidad y todos saben
que la cristianidad como tal se encuentra en una notoria relación
con las dificultades de lo erótico, a saber que los altercados del
cristiano con Venus es algo bastante difícil de ignorar, aún
cuando se finja tomar las cosas, si puedo decir, con una extremada sencillez.
De hecho, si el fondo del cristianismo se halla en la revelación paulista,
a saber en un cierto paso esencial realizado en las relaciones al padre,
si la relación de amor al padre constituye este paso esencial, si
él representa verdaderamente el salto de todo lo que la tradición
semita ha inaugurado de grande sobre ese fundamental vínculo al padre,
de esa balaka original en la que es asimismo difícil ignorar que el
pensamiento de Freud se vincula más que de una manera contradictoria,
maledictoria —no podemos dudarlo— puesto que si la referencia al Edipo puede
dejar la cuestión abierta, el hecho de que haya terminado su discurso
sobre Moisés y de la manera en que lo ha hecho, no deja dudas
de que el fundamento de la revelación cristiana está entonces
en esa relación de la gracia que Pablo hace suceder a la ley.
La dificultad reside en que el cristiano no se mantiene, y con razón
a la altura de esta revelación, y que sin embargo la vive en una sociedad
tal que se puede decir que aún reducidos a su forma más laica,
sus principios de derecho, provienen directamente de un catecismo que no
deja de tener relación con esta regulación paulista. Como la
meditación del Cuerpo místico no está al alcance de
todos sólo una apertura permanece abierta , lo que produce que prácticamente
el cristiano se encuentre reducido a esto que no es tan normal, fundamental,
de no tener realmente otro acceso al goce como tal sino hacer el amor. Es
lo que denomino sus altercados con Venus. Puesto que por supuesto de la forma
que está ubicado en este orden , esto funciona en conjunto bastante
mal al fin de cuentas.
Lo que digo es muy sensible cuando se sale de los límites de la cristiandad,
por ejemplo, cuando se va a la zona dominada por la aculturación cristiana,
quiero decir no las zonas que han sido convertidas al cristianismo sino las
que han sufrido los efectos de la sociedad cristiana. Recordaré mucho
tiempo una larga conversación mantenida durante una noche
de 1947 con el que era mi guía en un paseo realizado en
Egipto. Era lo que se llama un
árabe. Era por sus funciones y también por la zona
donde vivía —lo que hay de más dentro del rubro de nuestra
categoría. Era muy claro en su discurso esta especie de
efecto de promoción de la cuestión erótica. Estaba
ciertamente preparado por todo tipo de resonancias antiguas, de su esfera
a poner en primer plano su goce en la cuestión de la justificación
de la existencia; pero la manera con la que él encarnaba este goce
en la mujer tenía todos los carácteres de impasse de lo que
se puede imaginar de más desprovisto en nuestra propia sociedad —en
particular la exigencia de una renovación, de una sucesión
infinita el carácter de la naturaleza esencialmente no satisfactoria
del objeto, era lo que constituía lo esencial no sólo de su
discurso sino de su vida práctica. Personaje, se habría dicho
en otro vocabulario, esencialmente arrancado a las normas de la tradición.
Cuando se trata de la erótica, ¿qué debemos pensar de
esas normas? Dicho de otro modo, estamos encargados de dar justificación
por ejemplo a la subsistencia práctica del matrimonio como institución
a través mismo de nuestras transformaciones más revolucionarias?
Creo que no hay ninguna necesidad del esfuerzo de un Wester marck para justificar
a través de todo tipo de argumentos, de naturaleza o de tradición,
la institución del matrimonio, pues simplemente se justifica por su
persistencia que hemos visto con nuestros ojos y bajo la forma más
claramente marcada, con rasgos pequeño burgueses a través de
una sociedad que en su inicio creía poder ir más allá
en el cuestionamiento de los vínculos fundamentales, quiero de decir
en la sociedad comunista. Parece seguro que la necesidad del matrimonio no
ha sido siquiera rozada por los efectos de esta revolución. ¿Es
éste, hablando con propiedad, el terreno en el que somos llevados
a aportar la luz?
No lo creo en absoluto: para nosotros las necesidades del matrimonio demuestran
ser un rasgo propiamente social de nuestro condicionamiento; dejan
completamente abierto el problema de las insatisfacciónes que resultan
de él, a saber el conflicto permanente en que se encuentra el sujeto
humano, por el hecho de que es humano, con los efectos, las resonancias
de esta ley (del matrimonio).
¿Cuál es para nosotros el testimonio? Simplemente la existencia
de lo que constatamos, en la medida en que nos ocupamos del deseo, quiero
decir, que él existe en las sociedades, estén bien organizadas
o no, que se hagan con mayor o menos abundancia construcciónes necesarias
al habitat de los individuos, constatamos la existencia de la neurosis; y
no es ahí donde las condiciones de vida más satisfactorias
están aseguradas, ni donde está más asegurada la tradición
donde la neurosis es menos frecuente. Lejos de eso.
¿Qué quiere decir neurosis? ¿Cuál es para nosotros,
si puedo decir, la autoridad de la neurosis? No está simplemente ligado
a su pura y simple existencia. Es demasiado fácil la posición
de aquellos que, en este caso, achacan sus efectos a una especie de desplazamiento
de la debilidad humana, quiero decir que lo que se demuestra efectivamente
débil en la organización social como tal, cae sobre el neurótico
del que se dice es un inadaptado. ¡Vaya prueba!
Me parece que el derecho, la autoridad que se desprende de lo que tenemos
que aprender del neurótico, es la estructura que nos revela, y en
el fondo, lo que nos revela a partir del momento en el que comprendemos que
su deseo es el mismo que el nuestro, y con razón. Lo que se revela
poco a poco a nuestro estudio, lo que constituye la dignidad del neurótico
es que él quiere saber. De algún modo es él quien introduce
el psicoanálisis. El inventor del psicoanálisis no es Freud
sino Anna 0. como todos saben, y de de ella muchos otros: todos nosotros.
¿Qué quiere saber el neurótico? Voy a ir un poco más
despacio aquí para que ustedes entiendan bien, pues cada palabra tiene
su importancia. Quiere saber lo que hay de real en eso de lo que él
es la pasión? es decir lo que hay de real en el efecto del significante,
suponiendo por supuesto que hemos llegado lo suficientemente lejos como para
saber que lo que se denomina deseo en el ser humano es impensable sino en
esa relación al significante y los efectos que allí se inscriben.
Ese significante que él mismo es por su posición, a saber en
tanto neurosis viviente, si ustedes se remiten a mi definición
de significante —por otra parte inversamente lo que la justifica es que ella
es aplicable— aquello por lo cual ese criptograma que es una neurosis, lo
que constituye como tal al neurótico es un significante y ninguna
otra cosa, —pues el sujeto al que él sirve está en otra parte—
es lo que llamamos su inconsciente. Y es por eso que él es, según
la definición que les doy, en tanto que neurosis, un significante,
representa un sujeto oculto, ¿pero para quién? Para ninguna
otra cosa que para otro significante.
Lo que justifica al neurótico como tal , en la medida en que el análisis
—dejo pasar ese término tomado del discurso de ayer de mi amigo Lagache
lo "valorizan"— es en la medida en que su neurosis contribuye al advenimiento
de ese discurso exigido de una erótica finalmente constituida. El,
por supuesto, no sabe nada de eso, y no lo busca. Y nosotros tampoco, no
tenemos que buscarlo sino en la medida en que ustedes están aquí,
es decir, en la medida en que les esclarezco la significación del
psicoanálisis en relación a ese advenimiento exigido de una
erótica, entiendan aquello por lo que es pensable que el ser humano
haga también en ese terreno —¿y por qué no? el mismo
agujero y que por otra parte conduce a ese instante extraño del cosmonauta
en su caparazón. Es lo que les permite pensar que no busco siquiera
entrever lo que podría dar una erótica futura.
Lo que es seguro es que los únicos que han sonado con ese convenientemente,
a saber los poetas, han llegado siempre a extrañas construcciónes.
Y si puede encontrarse alguna prefiguracíon de eso en aquélla
sobre lo que me detuve con amplitud, los esbozos que pueden estar dados justamente
en ciertos puntos paradójicos de la tradición cristiana, el
amor cortés por escoplos ha sido para subrayar las singularidades
absolutamente bizarras —que los que eran auditores lo recuerden- de algunos
sonetos de Arnaut Daniel que nos abren perspectivas muy curiosas acerca de
lo que representaban efectivamente las relaciones entre el enamorado y su
dama. (Ver Ref.) Esto no es indigno de ser comparado con lo que intento situar
como punto extremo sobre los aspectos del cosmonauta. Por supuesto la tentativa
puede parecernos participar de alguna mistificación, y por otra parte,
no ha ido lejos. Pero es absolutamente esclarecedora para situarnos por ejemplo
lo que hay que entender por sublimación. Anoche les recordé
que la sublimación en el discurso de Freud es inseparable de una contradicción,
a saber que el goce, el punto de mira del goce subsiste y es en un cierto
sentido realizado en toda actividad de sublimación; no hay represión,
no hay borramiento, no hay siquiera compromiso con el goce, hay paradoja,
hay desvío, es por vías en apariencia contrarias al goce que
el goce es obtenido.
Esto no es propiamente pensable sino justamente en la medida que en el goce
el medium que interviene, medium por donde es dado acceso a su fondo
que no puede ser —se los he mostrado— sino la cosa, no puede ser sino un
significante. De donde el extraño aspecto que toma ante nuestros ojos
la dama en el amor cortés. No podamos llegar a creerlo porque no podemos
más identificar hasta ese punto un sujeto viviente con un significante,
una persona que se llama Beatrice con la sabiduría y con lo que era
para Dante el conjunto, la totalidad del saber.
No está del todo excluido por la naturaleza de las cosas que Dante
se haya acostado efectivamente con Beatrice, esto no cambia absolutamente
en nada el problema. Se cree saber que no, que esto no es fundamental en
la relación.
Una vez dicho esto, ¿qué es lo que define al neurótico?
El neurótico se entrega a una curiosa retransformación de aquello
cuyo efecto padece. El neurótico es al fin de cuentas un inocente:
quiere saber. Para saber toma la dirección más natural y es
naturalmente por lo mismo que él es por allí embaucado. El
neurótico quiere retransformar el significante en aquello de lo que
él el signo. El neurótico no sabe, y con razón, que
es en tanto, es sujeto que ha fomentado lo siguiente: el advenimiento del
significante en tanto el significante es el borrador principal de la cosa,
que es él, el sujeto, que al borrar todos los trazos de la cosa constituye
el significante. El neurótico quiere borrar ese borramiento, quiere
hacer que esto no haya ocurrido. Es ése el sentido más profundo
del comportamiento sumario, ejemplar, del obsesivo. Es sobre lo que él
vuelve siempre sin por supuesto poder abolir nunca su efecto —pues cada uno
de sus esfuerzos por abolirlo no hace más que reforzarlo—. Es por
hacer que este advenimiento a la función de significante no se haya
producido que se encuentra lo que hay de real en el origen, a saber de que
es todo esto el signo. Dejo esto indicado aquí, esbozado para volver
de una manera generalizada y al mismo tiempo diversificada, a saber según
los tres tipos de neurosis: fobia, histeria y obsesión, después
de que haya hecho el rodeo al que este preámbulo está destinado
a conducirme en mi discurso.
Este desvío está entonces bien hecho para situar y justificar
al mismo tiempo el doble alcance de nuestra búsqueda en tanto es ella
la que proseguimos este año sobre el terreno de la identificación.
Por extremadamente metapsicológica que nuestra búsqueda pueda
parecer a algunos por no proseguirla exactamente sobre la arista en la que
la proseguirnos, en la medida en que el análisis no se concibe sino
en esta mira de las escatológicas si puedo expresarme así,
de una erótica, pero imposible también sin mantener al menos
en un cierto nivel la consciencia del sentido de esta mira de hacer con conveniencia
en la práctica lo que ustedes tienen que hacer, es decir no predicar
por supuesto una erótica, sino arreglárselas con el hecho de
que incluso en la gente más normal y en el interior de la aplicación
plena y entera y de buena voluntad de las normas, y bien, esto no marcha;
que no sólo, como decía la Rochefoucauld hay buenos matrimonios,
pero no los hay deliciosos, podemos agregar que desde entonces esto se ha
deteriorado un poco más ya que ni siquiera los hay buenos, quiero
decir en la perspectiva del deseo. Sería de todos modos un poco inverosimil
que tale palabras, propósitos, no pudieran ser puestos en primer plano
en una asamblea de analistas.
Esto no hace de ustedes por eso propagandistas de una nueva erótica,
lo que sitúa lo que tienen que hacer en cada caso particular: ustedes
tienen- que hacer exactamente lo que cada cual tiene que hacer por si y para
lo cual hay más o menos necesidad de vuestra ayuda, a saber,
esperando al cosmonauta de la erótica futura, soluciones artesanales.
Retomemos las cosas dónde las hemos dejado la última vez, a
saber, a nivel de la privación. Espero hacerme entender en lo que
concierne a ese sujeto en tanto lo he simbolizado por ese (-1), la vuelta
forzosamente no contada, contada en menos en la mejor hipótesis, a
saber cuando él ha dado la vuelta de la vuelta, la vuelta del toro.
El hecho de que haya ligado la función de ese (-1) al fundamento lógico
de toda posibilidad de una afirmación universal, a saber de la posibilidad
de fundar la excepción; la excepción no confirma la regla como
se dice buenamente, la exige; ella constituye su verdadero principio.
En resumen, al dibujarles mi pequeño cuadrante, a saber; al mostrarles
qué, el único verdadero reaseguro de la afirmación universal
es la exclusión de un trazo negativo: "no hay hombre que no sea mortal"
he podido prestar a confusión que espero ahora rectificar para que
ustedes sepan sobre que terreno de principio los he hecho avanzar. Les he
dado esta referencia, pero es claro que no hay que tomarla por
una deducción del proceso enteramente a partir de lo simbólico.
La parte vacía de mi cuadrante donde no hay nada, hay que considerarla
aún a ese nivel como separada. El (-1) que es el sujeto en ese nivel
no es de ningún modo subjetivizado en sí mismo, no es de ningún
modo aún cuestión de saber ni de no saber. Para que algo
ocurra del orden de este advenimiento, es necesario que todo un ciclo sea
cumplido del que la privación no es más que el primer paso.
La privación de la que se trata es privación real para la cual
con el soporte de intuición cuyo derecho ustedes concederán
acordarme, no hago allí más que seguir las huellas mismas de
la tradición, y la más pura; se acuerda a Kant lo esencial
de su procedimiento, y busco un mejor fundamento del esquematismo para intentar
hacérselos sensible, intuitivo: he forjado el resorte de esta privación
real. No es entonces sino después de un largo rodeo que puede advenir
para el sujeto ese saber de su rechazo original. Pero, se los digo enseguida,
de aquí a allí, han ocurrido bastantes cosas para que cuando
él advenga, el sujeto sepa no sólo que ese saber lo rechaza,
sino que ese saber es él mismo a rechazar en tanto él
se revelará estar siempre ya sea más allá o más
acá de lo que hay que alcanzar para la realización del
deseo.
Dicho de otro modo, si alguna vez el sujeto —lo que constituye su objetivo
desde los tiempos de Parménides— llega a la identificación,
a la afirmación de que es (escritura en giego) lo mismo, pensar y
ser (escritura en giego) en ese momento se encontrará a sí
mismo irremediablemente dividido entre su deseo y su ideal. Esto, si puedo
decir, está destinado a demostrar lo que podría llamar la estructura
objetiva del toro en cuestión. Pero, ¿por qué se me
objeta el uso del término objetivo ya que es clásico en lo
que concierne al dominio de las ideas y es aún empleado hasta
en Descartes? En el punto en que nos encontramos y para no volver sobre esto,
eso de cuyo real se trata, es perfectamente palpable, y no se trata más
que de eso. Lo que nos ha llevado a la construcción del toro en el
punto en que estamos, es la necesidad de definir cada uno de los rodeos como
un uno reductiblemente diferente. Para que esto sea real, a saber que esta
verdad simbólica, en tanto supone el cómputo, el conteo, este
o sea fundada introduciéndose en el mundo es necesario y basta que
algo haya aparecido en lo real, el rasgo unario. Se comprenderá que
ante ese 1, que es lo que otorga toda su realidad a lo ideal —lo ideal es
todo lo que hay de real en lo simbólico y eso basta—. Se comprende
que en los orígenes del pensamiento, como se dice, en tiempos de Platón,
y en Platón para no irnos muy lejos esto haya traído la adoración,
la prosternación, el 1 era el bien, lo bello, lo verdadero, el ser
supremo.
La inversión a la que estamos llamados a hacer frente en esta ocasión,
consiste en percibir que por legítima que pudiera ser esta adoración
desde el punto de vista de una elaboración afectiva, no es menos cierto
que ese 1 no es otra cosa que la realidad de un bastante estúpido
palote. Es todo. El primer cazador, se los he dicho, que sobre una costilla
de antílope ha hecho una marca para recordar simplemente que había
cazado 10, 12 o 13 veces, no sabia contar, obsérvenlo, y es incluso
por esto que le era necesario poner esos trazos, para que las 10, 12 o 13
veces no se confundan, como lo merecerían sin embargo, las unas en
las otras.
Entonces, a nivel de lo que se trata en la privación en tanto el sujeto
es al inicio objetivamente esta privación en la cosa, esta privación
que él no sabe que es de la vuelta no contada, es de ahí que
volvemos a partir para comprender lo que ocurre. Tenemos otros elementos
de información para que de ahí venga a constituirse como deseo
y que sepa la relación que hay de esta constitución en el origen
—en tanto puede permitirnos comenzar a articular alguna relación simbólica
más adecuada que aquellos elementos promovidos hasta aquí en
lo que se refiere a lo que es su estructura de deseo—, al sujeto. Eso no
nos hace por lo tanto presumir sobre lo que se mantendrá de la noción
de la función del sujeto cuando lo hayamos puesto en situación
de deseo; y es eso lo que nos obliga a recorrer con él, según
un método que no es finalmente sino el de la experiencia; es el subtítulo
de la fenomenología de Hegel "Wissenchaft der Erfahrung": ciencia
de la experiencia. Seguimos un camino análogo con los datos
diferentes que son los que nos son ofrecidos,
El paso siguiente está centrado —podría también
no marcarlo con un título de capítulo, lo hago con fines didácticos—
es el de la frustración. Es en el nivel de la frustración que
se introduce con el Otro la posibilidad para el sujeto de un nuevo paso esencial.
El 1 de la vuelta única, el 1 que distingue cada repetición
en su diferencia absoluta, no viene al sujeto, incluso si su soporte no es
otra cosa sino el palote real, no cae de ningún cielo "proviene
de una experiencia constituida por el sujeto con el que tenemos que vérnosla,
por la existencia, antes de que nazca, del universo del discurso, por la
necesidad que esta experiencia supone del lugar del Otro con la O mayúscula,
tal como lo he definido anteriorrnente.
Es aquí que el sujeto va a conquistar lo esencial, lo que denominé
esta segunda dimensión, en tanto función radical de su propio
situamiento en su estructura, si es verdad que metafóricamente,
pero no sin pretender alcanzar en esta metáfora la estructura misma
de la cosa, llamamos estructura de toro a esta segunda dimensión
en tanto constituye entre todos los otros la existencia de lazos irreductibles
a un punto, lazos no evanescentes. (1) Es en el Otro que necesariamente viene
a encarnarse esta irreductibilidad de las dos dimensiones en la medida en
que, si ella es en alguna parte sensible, no puede serlo -ya que hasta el
presente el sujeto no es para nosotros sino el sujeto en tanto habla- sino
en el dominio de lo simbólico. Es en la experiencia de lo simbólico
que el sujeto debe encontrar la limitación de sus esplazamientos que
le hace entrar al inicio en la experiencia la punta, si puedo decir, el ángulo
irreductible de esta duplicidad de dos dimensiones.
Es para esto que va a servirme al máximo el esquematismo del toro
—como ustedes lo verán— y a partir de la experiencia ampliada por
el psicoanálisis y la observación que ella despierta.
El objeto de su deseo, el sujeto puede emprender decirlo.
No hace más que eso. Más que un acto de enunciación
es un acto de imaginación. Esto suscita en él una maniobra
de la función imaginaria y de una manera necesaria esta función
se revela presente desde que aparece la frustración. Ustedes conocen
la importancia, el acento que he puesto después de otros, especialmente
después de San Agustín, sobre el momento del despertar
de la pasión celosa en la constitución de este tipo de objetos
que es el mismo que hemos construido como subyacente a cada una de nuestras
satisfacciónes: el niño presa de la pasión celosa ante
su hermano que para él, en imagen, hace surgir la posesión
de este objeto, en especial el seno que hasta entonces no ha sido más
que el objeto subyacente, elidido, oculto para él detrás de
ese retorno de una presencia ligada a cada una de sus satisfacciónes,
que no ha sido en ese ritmo en el que está inscripta, donde se siente
la necesidad de su primera dependencia más que el objeto metonímico
de cada uno de sus retornos, helo ahí repentinamente para él
producido en la irradiación de los efectos señalados
por nosotros en su palidez mortal, la iluminación de ese algo nuevo
que es el deseo del objeto como tal en tanto resuena hasta en el fundamento
mismo del sujeto, que lo sacude mucho más allá de su constitución
como satisfecho o no, como amenazado repentinamente en lo más íntimo
de su ser como revelando su falta fundamental, y esto en la forma del otro,
poniendo a la luz a la vez la metonimia y la pérdida que ella condiciona.
Esta dimensión de pérdida esencial a la metonimia, pérdida
de la cosa en el objeto, está allí el verdadero sentido de
esta temática del objeto en tanto perdido y nunca reencontrado, el
mismo que está en el fondo de discurso freudiano repetido sin cesar.
Un paso más, si llevamos la metonimia más lejos, ustedes lo
saben, es la pérdida de algo esencial en la imagen, en esta metonimia
que se denomina el yo, en este punto de nacimiento del deseo, en este punto
de palidez donde San Agustín se detiene ante el lactante como lo hace
Freud ante su nieto 18 siglos más tarde. Es falsamente que se puede
decir que el ser del que estoy celoso, el hermano, es mi semejante: es mi
imagen en el sentido en que la imagen de la que se trata es imagen
fundadora de mi deseo. Es ésa la revelación imaginaria y el
sentido y la función de la frustración. Todo esto ya
es sabido, No hago más que recordarlo como la segunda fuente de la
experiencia.
Después de la privatización real, la frustración
imaginaria. Pero, como para la privatización real, he intentado hoy
situarles para qué sirve el término que nos interesa, es decir
en la fundación de lo simbólico. Así mismo, tenemos
que ver aquí cómo esta imagen fundadora, reveladora del deseo
va a ubicarse en lo simbólico. Esta ubicación es difícil.
Por supuesto sería totalmente imposible si lo simbólico no
estuviera ahí, si —como se los he recordado, martillado desde siempre
y durante bastante tiempo para que les entre en la cabeza— el Otro y el discurso
en el que el sujeto tiene que ubicarse no lo esperasen desde siempre y desde
antes de su nacimiento y que por intermedio al menos de su madre, de su nodriza;
se le habla. El resorte del que se trata, el que es a la vez el abc, la niñez
de nuestra experiencia, pero más allá de lo que desde hace
algún tiempo no se sabe avanzar más, faltos justamente de saber
formalizarlo como abc, es esto, a saber el cruce, el intercambio ingenuo
que se produce por la dimensión del Otro entre el deseo y la demanda.
Si hay, como ustedes lo saben, algo en lo que se puede decir que desde el
inicio el neurótico ha caído, es en esta trampa; y tratará
de hacer pasar en la demanda lo que es el objeto de su deseo, obtener del
Otro no la satisfacción de su necesidad, por lo que la demanda se
realiza, sino la satisfacción de su deseo, es decir obtener el objeto,
es decir precisamente lo que no puede demandarse —esto está en el
origen de lo que se llana dependencia en las relaciones del sujeto al Otro—
asimismo tratará más paradójicamente aún de satisfacer
por la conformación de su deseo la demanda del Otro; no hay otro sentido,
quiero decir sentido correctamente articulado, de lo que es el descubrimiento
del análisis y de Freud, la existencia del superyó como tal.
No hay otra definición correcta, es decir otra que permita escapar
a deslizamientos confusionales.
Pienso sin ir más lejos que las resonancias prácticas, concretas,
de todos los días, a saber el impasse del neurótico, en en
primer lugar y antes el problema de los impasses de su deseo, impasse sensible
en todo momento, groseramente sensible, con el que ustedes lo ven tropezar
siempre. Es lo que expresaría sumariamente diciendo que para su deseo
necesita la sanción de una demanda. Qué es lo que ustedes le
rehusan sino lo que él espera de ustedes, que le demanden desear congruentemerte.
Sin hablar de lo que él espera de su consorte, de sus padres, de su
descendencia y de todos los conformismos que lo rodean. ¿Qué
es lo que esto nos permite construir y percibir?
Si bien la demanda se renueva según las vueltas recorridas, según
los círculos plenos alrededor y los sucesivos retornos que necesita
el retorno de la necesidad pero tonada por el lazo de la demanda, si es cierto
que como se los he dejado entender a través de cada uno de estos retornos,
lo que nos permite decir que el círculo elidido el círculo
que denominé simplemente para que vean lo que quiero decir en relación
al toro, el círculo vacío, viene aquí a materializar
el objeto metonímico bajo todas esas demandas. Una construcción
topológica de otro toro que tiene por propiedad permitirnos imaginar
la aplicación del objeto del deseo, es imaginable, círculo
interno vacío del primer toro sobre el circulo pleno del segundo toro
que constituye un bucle, uno de esos lazos irreductibles.
Inversamente, el círculo sobre el primer toro de una demanda viene
aquí a superponerse en el otro toro. El toro soporte aquí del
Otro, del Otro imaginario de la frustración viene aquí a superponerse
al círculo vacío de ése toro, es decir cumplir la función
de mostrar esta intervención: deseo en uno, demanda en el otro, demanda
de uno, deseo del otro, que es el nudo donde se aprieta toda la dialéctica
de la frustración. Esta dependencia posible de las dos topologías,
la de un toro a la del otro, no expresa en suma ninguna otra cosa que lo
que es el objetivo de nuestro esquema en tanto lo hacemos soportar por el
toro. Es que si el espacio de la intuición kantiana, diría,
gracias al nuevo esquema que introdujimos debe ser puesto entre paréntesis,
anulado, aufgehoben, como ilusorio porque la extensión topológica
del toro nos lo permite al no considerar más que las propiedades de
la superficie, estamos seguros del mantenimiento de la solidez, si puedo
decir del volumen del sistema sin tener que recurrir a la intuición
de la profundidad. Lo que ustedes ven, lo que esto ilustra, que si nos mantenemos
en estos límites, en la medida en que nuestros hábitos intuitivos
nos lo permiten resulta que como no se trata entre las dos superficies más
que de una sustitución por aplicación bi-unívoca, aún
cuando ella esté invertida, a saber que una vez recortada será
en este sentido en una de las superficies, y en éste otro en la otra.
No es menos cierto que lo que esto vuelve sensible, es que desde el punto
de vista del espacio exigido, estos dos espacios: el interior y el exterior,
a partir del momento en que nos rehusamos a darles otra sustancia que la
topológica, son los mismos. Es lo que ustedes verán expresado
en la frase que se los indica ya en el Informe de Roma, el uso que pensaba
hacer, a saber que la propiedad del anillo en tanto simboliza la función
del sujeto en sus relaciones al Otro, se sostiene en que el espacio de su
interior y el espacio exterior son los mismos. El sujeto construye a partir
de ahí su espacio exterior sobre el modelo de irreductibilidad de
su espacio interior.
Pero lo que muestra este esquema es con evidencia la carencia de armonía
ideal que podría exigirse del objeto a la demanda, de la demanda al
objeto, ilusión que está suficientemente demostrada por la
experiencia, creo, para que hayamos sentido la necesidad de construir este
modelo necesario de su necesaria discordancia. Conocemos su resorte, y por
supuesto, si aparento avanzar con lentitud, créanme: ninguna estagnación
está demás si queremos asegurar nuestros siguientes pasos.
Lo que ya sabemos, lo que esta aquí representado intuitivamente es
que el objeto en sí mismo como tal, en tanto objeto del deseo es el
efecto de la imposibilidad del Otro de responder a la demanda. Lo que se
ve aquí manifiestamente en este sentido es que ante dicha demanda,
cualquiera sea su deseo, el Otro no podría bastar, deja forzosamente
en descubierto la mayor parte de la estructura, dicho de otro modo, el sujeto
no está envuelto como se lo cree, en el todo, al menos en el nivel
del sujeto que habla el Unwelt no envuelve su Innenwelt; si hubiera algo
que hacer para imaginar al sujeto en relación a la esfera ideal, desde
siempre el modelo intuitivo y mental de la estructura de un cosmos, sería
más bien, sería más bien que el sujeto, si puedo permitirme
empujarlos y explotar —ustedes verán que hay más de una manera
de hacerlo— sería representar al sujeto por la existencia de un agujero
en dicha esfera y su suplemento por dos suturas.
Supongamos el sujeto a constituir sobre una esfera cósmica. La superficie,
de una esfera infinita es un plano: el plano del pizarrón prolongado
indefinidamente.
He ahí al sujeto: un agujero cuadrangular, como la configuración
general de mi piel de hace un rato, pero esta vez en negativo. Coso un borde
con el otro, pero con la condición de que sean bordes opuestos y de
que deje libres los dos otros bordes. Se obtiene la figura siguiente.
A saber; con el vacío pleno aquí, dos agujeros que permanecen
en la esfera de superficie infinita. No hay más que tirar de cada
uno de los bordes de esos dos agujeros para constituir el sujeto en la superficie
infinita como constituida en suma por lo que es siempre un toro, incluso
si tiene una alforja de radio infinito, a saber un puño que emerge
en la superficie de un plano.
He aquí lo que quiere decir a lo máximo la relación
del sujeto con el gran Todo. Veremos las aplicaciones que podemos darle.
Lo que es importante comprender aquí es que para este recubrimiento
del objeto a la demanda, si el Otro imaginario así constituido en
la inversión de las funciones del círculo del deseo con aquel
de la demanda, el Otro, para la satisfacción del deseo del sujeto
debe ser definido como sin poder. Insisto en este "sin" pues con él
emerge una nueva forma de negación, en la que se indican hablando
con propiedad, los efectos de la frustración. Sin es una negación
pero no cualquiera: es una negación —unión (liaison) que materializa
bien en la lengua inglesa la homología conformista de las dos relaciones
de los dos significantes: within y without. Es una exclusión ligada
que en sí sola, indica ya su inversión.
Hagamos un paso más, es aquel del "no sin". El Otro sin duda se introduce
en la perspectiva ingenua del deseo como sin poder, poder pero esencialmente
lo que lo liga a la estructura del deseo es el "no sin" El no es tampoco
sin poder; es por lo que este Otro que hemos introducido en suma en tanto
que metáfora del rasgo unario, es decir de lo que encontramos en su
nivel y que él reemplaza en una regresión infinita ya que es
el lugar donde se suceden esos 1 diferentes unos de otros, de los que el
sujeto no es sino la metonimia, este Otro como uno (comme un- comnun)
el juego de palabras forma parte de la fórmula que empleo aquí
para definir el modo bajo el cual lo he introducido- se encuentra una vez
cerrada la necesidad de los efectos de la frustración imaginaria como
teniendo ese único valor, pues él sólo no es sin, no
sin poder: está en el origen posible del deseo planteado como condición,
incluso si esta condición permanece en suspenso. Por esto él
es como no uno; otorga al (-1) del sujeto otra función que se encarna
al comienzo en esta dimensión, que ese "como" les sitúa bastante
como siendo aquél de la metáfora. Es en su nivel, en el nivel
del "como no uno" y de todo lo que va a permanecerle a continuación
suspendido, como lo que denominé la condicionalidad absoluta del deseo,
que tendremos que realizar la próxima vez, es decir en el nivel del
tercer términos, el de la introducción del acto del deseo como
tal, de sus relaciones al sujeto por una parte, a la raíz de ese poder,
a la rearticulación de los tiempos de ese poder, en la medida en que
—ustedes lo ven— va a hacerme necesario volver hacia atrás sobre el
paso posible para marcar el camino que ha sido realizado en la introducción
de los términos poder y sin poder. Es en la medida en que tendremos
que proseguir esta dialéctica la próxima vez que yo me detengo
aquí por hoy.
NOTA DEL TRADUCTOR.
(1) Un círculo trazado sobre una esfera o sobre un plano siempre es
reductible, es decir que puede estrecharse hasta no ser más que un
punto. Un toro, al contrario muestra la posibilidad de dos tipos de círculos
irreductibles que no pueden topológicamente transformarse en un punto
porque encierran un "vacío".