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EL DESEO Y SU INTERPRETACIÓN
Jacques Lacan
Clase 24
del 10 de Junio de 1959
En nuestro último
encuentro, desarrollé la estructura del fantasma, en tanto que es,
en el sujeto, lo que llamamos el sostén de su deseo. El fantasma, allí donde podemos
tomarlo en una estructura suficientemente compleja como para servir luego,
en cierta especie de placa giratoria a eso a lo cual somos llevados a referirle
las diversas estructuras, es decir, a la relación del deseo del sujeto
a eso que, desde hace tiempo, designo para Ustedes como siendo más
que su referencia, su esencia en la perspectiva analítica: el deseo
del Otro.
Hoy, como les he anunciado,
voy a tratar de situar la posición del deseo en las diferentes estructuras,
digamos nosológicas, digamos las de la experiencia, en el primer
plano de la estructura neurótica.
El fantasma perverso, ya
que es éste el que he elegido la última vez para permitirles
puntuar allí lo que corresponde a la función del sujeto y
a la del objeto en el fantasma, en tanto que es el soporte, el índice
de cierta posición del sujeto; del mismo modo que es la imagen del
otro lo que es el comienzo y el soporte —al menos en ese punto donde el sujeto
se califica como deseo —, hay allí esta estructura más compleja
que se llama fantasma y donde, paradojalmente, he sido llevado, la última
vez, tomando para eso una forma particular, especialmente ejemplar, no sin
motivo profundo: aquella del exhibicionista y el voyeur, para mostrarles
que, contrariamente a lo que se dice a menudo, esas no son dos posiciones,
de alguna manera, recíprocas, como una especie de precipitación
del pensamiento lleva a formularla: aquel que muestra, aquel que ve, se completan
el uno al otro.
Se los he dicho. Esas dos
posiciones son, por el contrario, estrictamente paralelas, y en los dos casos,
el sujeto, en el fantasma, se encuentra indicado por ese algo que hemos llamado
la grieta, la hiancia, algo que es, en lo real, agujero y destello a la vez,
en tanto que el voyeur espía detrás de los postigos; que el
exhibicionista entreabre su pantalla, está indicado allí, en
su lugar, en el acto, que no es otra cosa que este destello del objeto del
que hablamos. Y vivido, percibido por el sujeto por la abertura de esta hiancia,
en este algo que él sitúa como abierto. ¿Abierto a que?
A otro deseo que el suyo; el cual está profundamente atacado, sacudido,
golpeado por eso que es percibido en ese destello.
Es la emoción del
Otro más allá de su pudor. Es la abertura del Otro la espera
virtual, en tanto que no se siente visto y que, sin embargo es percibido
como ofreciéndose a la vista. Esto es lo que carácteriza,
en estos dos casos, la posición del objeto que está allí,
en esta estructura tan fundamental, puesto que, al fin de cuentas, la experiencia
analítica lo observa en el punto de partida de eso que ha encontrado,
primero, sobre la vía de las causas y los estigmas generadores de
las posiciones neuróticas, especialmente, la escena percibida, la
escena llamada primitiva.
Ella participa de esta estructura,
por un vuelco, sin duda, de esta estructura que hace que el sujeto vea abrirse
algo de esta hiancia repentinamente percibida, algo que, evidentemente,
en su valor traumático, tiene relación con el deseo del Otro
entrevisto, percibido como tal, que queda allí como un carozo enigmático,
hasta que, ulteriormente, àpres coup, puede reintegrar, de eso, el
momento vivido en una cadena que no será forzosamente la cadena correcta,
que será, en todo caso, la cadena generadora de toda una modulación
inconsciente, generadora, nucleadora, entonces, de la neurosis.
Les ruego detenerse en esta
estructura del fantasma. Está entendido que es un tiempo suspendido,
como lo he subrayado, que tiene su valor. Lo que hace su valor es que es
un tiempo de detención. Un tiempo de detención eh el que, a
este valor de índice, corresponde un momento de acción donde
el sujeto no puede instituirse de una cierta manera equis que es, justamente,
lo que designamos como deseo aquí, eso que intentamos aislar en su
función de deseo ,más que a condición de perder, este
sujeto, el sentido de esta posición.
Porque eso es: El fantasma
le es opaco. Nosotros podemos designar su lugar en el fantasma. Posiblemente,
él mismo puede entreverlo. Pero el sentido de esa posición,
eso por lo que está allí, eso que nace de su ser, eso, el
sujeto no puede decirlo. Allí está el punto esencial: afanisis.
Sin duda, el término es acertado y nos sirve. Pero, a diferencia
de la función que le da Jones en la interpretación del complejo
de castración, su forma es enigmática.
Vemos, en el fantasma, que
la afanisis, más o menos allí donde la palabra desaparición,
fading, nos es utilizable, no es en tanto que afanisis del deseo.
Es en tanto que, en el punto del deseo, hay afanisis del sujeto. El sujeto,
en tanto que se situaría en su lugar, que se articularía como
yo (je), allí donde eso habla en la cadena inconsciente, en que no
puede indicarse allí más que desapareciendo de su posición
de sujeto.($)
A partir de allí,
vemos eso de lo que se va a tratar. En tanto que hemos definido ese punto
extremo, ese punto imaginario en el que el ser del sujeto reside en su densidad
máxima — éstas no son más que imagenes para que nuestro
espíritu se enganche a una metáfora — , a partir del momento
en que vemos, definimos ese punto imaginario donde el ser del sujeto, en
tanto que es aquel a articular, a nombrar en el inconsciente, no puede, en
ningún caso, en último término, ser nombrado, sino únicamente
indicado por algo que se revela a sí mismo como corte, como hendidura,
como estructura de corte en el fantasma. Es alrededor de ese punto imaginario
que vamos a intentar situar eso que sucede efectivamente en las diferentes
formas del sujeto, que no son para nada formas obligatoriamente homogéneas
formas comprensibles de un lado, para aquel que está del otro lado.
No sabemos demasiado de lo
que, a este respecto, puede engañarnos en la comprensión de
una psicosis. Por ejemplo, debemos cuidarnos de comprender si podemos intentar
reconstruir, articular, en la estructura. Y es esto lo que intentamos hacer
aquí. Entonces, a partir de allí, a partir de esta estructura
donde el sujeto, en su momento de desaparición — y se los repito,
es hasta una noción de la que Ustedes pueden encontrar la huella cuando
Freud habla del ombligo del sueño, el punto donde todas las asociaciones
convergen para desaparecer, para no ser más reunibles sino a eso
que llama lo no reconocido —, es de esto de lo que se trata.En relación
a esto, ¿qué es lo que el sujeto ve abrirse frente a él?.
Ninguna otra cosa que otra hiancia que, en el limite, engendra un reenvío
del deseo al infinito, hacia otro deseo.
Como lo vemos en el fantasma
del voyeur y del exhibicionista, es del deseo del Otro que se encuentra
dependiendo. Es a merced del deseo del Otro que se encuentra ofrecido. Esto
es concreto. Lo encontramos en la experiencia. No es porque no lo articulemos,
que no podamos comúnmente encontrar, sino que es muy fácil
de asir.
Cuando les hablé largamente,
hace dos años, de la neurosis de Juanito, no se trataba de otra cosa.
Es en tanto que, en un momento de su evolución, Juanito se encuentra
confrontado a algo que va mucho más lejos que el momento, sin embargo
crítico, de la rivalidad en relación a la recién venida,
su hermanita mucho más grave que esta novedad es, para él,
el esbozo de maduración sexual que lo vuelve capaz de erecciónes,
incluso de orgasmos. Esto
no está ni al nivel interpsicológico, hablando propiamente,
ni al nivel de la integración de una nueva tendencia que abre la
crisis. Se los he subrayado y articulado suficientemente; e incluso aún
martillo sobre eso.
Es que, por un cierre en
ese momento de la coyuntura, se encuentra efectivamente y especialmente
confrontado, como tal, al deseo de su madre, y que se encuentra en presencia
de ese deseo sin ningún recurso. La Hilflosigkeit de Freud, en
su artículo sobre "Lo inconsciente", articulo de 1917, es esta posición
de estar sin recursos, más primitiva que todo, y con respecto a la
cual la angustia es, ya, un esbozo de organización de esto, en tanto
que es ya esperada. Si
no se sabe qué, si, en todo caso, no se lo articula inmediatamente,
en todo caso, ella es, ante todo, Erwartung (expectativa), nos dice
Freud. Pero en primer término, hay este Hilflosigkeit, el
sin recurso.
¿El sin recurso ante
qué?. Eso que no es definible, centrable de ninguna otra forma que
ante el deseo del Otro.
Es esa relación al
deseo del sujeto, en tanto que tiene que situarse ante el deseo del Otro,
quien, sin embargo lo aspira, literalmente, y lo deja sin recursos. Es en
ese drama de la relación del deseo del sujeto al deseo del Otro, que
se constituye una estructura esencial, no solamente de la neurosis, sino de
toda otra estructura analíticamente definida.
Nosotros comenzamos por la
neurosis. Hemos partido hace bastante de la perversión, para que
Ustedes puedan entrever que la perversión también está
ligada, allí, a esto. Subrayémoslo, de todas formas. No hemos
hecho entrar la perversión, sino en ese momento instantáneo
del fantasma, debido a que el fantasma, en tanto que el pasaje al acto en
la perversión, y solamente en la perversión, lo revela.
En la neurosis, que es de
lo que se trata para nosotros de cercar, por ahora, eso que tiene relación
con esta estructura que articulo ante Ustedes, es ese momento fecundo de
la neurosis a la que apunto, en el caso de Juanito, porque allí se
trata de una fobia, es decir, la forma más simple de la neurosis,
aquella donde podemos palpar el carácter de la solución. Aquello
que les he articulado largamente ya, a propósito de Juanito, mostrándoles
la entrada en juego de este objeto, el objeto fóbico, en tanto que
él es un significante insignificante, definitivamente.
Está allí para
ocupar, en este lugar, entre el deseo del sujeto y el deseo del Otro, una
cierta función que es una función de protección o de
defensa. Allí no hay ninguna ambigüedad sobre la formulación
freudiana. El miedo del objeto fóbico: ¿De qué se protege
el sujeto? Esto está en Freud: del acercamiento de su deseo. Y es,
considerando más de cerca las cosas que vemos, eso de lo que se trata:
de su deseo, en tanto que él está sin armas a eso que, en
el Otro, la madre en esta ocasión, se abre, para Juanito, como el
signo de su dependencia absoluta.
Ella lo llevará al
fin del mundo, lo llevará más lejos aún, lo llevará
tan lejos y tan a menudo, que ella misma desaparece, se eclipsa.La que es
la persona que, en ese momento, puede parecerle no solamente como aquella
que puede responder a todas sus demandas; ella le aparece con ese misterio
complementario de estar, ella misma, abierta a una falta de la cual aparece
el sentido, en ese momento, para Juanito, de ser en una cierta relación
al falo que, sin embargo, él no lo tiene.
Es al nivel de la falta en
ser de la madre, que se abre, para Juanito, el drama que él no puede
resolver más que al hacer surgir ese significante de la fábula
del que les he mostrado la función plurivalente, una especie de llave
universal, de llave para todo fin, que le sirve, en ese momento, para protegerse
contra eso que, de una manera unívoca, todos los analistas experimentados
han percibido, contra el surgimiento de una angustia más temible
aún, que el miedo ligado, que el miedo fijado de la fobia. Ese momento,
en tanto que es relación de deseo, que es algo que va en la estructura
del fantasma, en la oposición de $ con a, dar a este
$ algo que alivia la parte que sostiene la presencia de
eso, que es algo donde el sujeto se re-engancha, ese punto donde, en suma,
va a producirse el síntoma. El síntoma, al nivel más
profundo, en la neurosis es decir, en tanto que interesa de la manera más
general la posición del sujeto, esto es lo que merece ser, aquí
articulado.
Si Ustedes quieren, procedamos
en este orden: estar articulado, primero, para luego, preguntarnos si esta
estructura del fantasma es tan fatal, cómo algo que se sostiene en
el borde de ese punto de pérdida, de ese punto de desaparición
indicado en la estructura del fantasma; cómo ese algo que se sostiene
al borde, que se sostiene a la entrada del torbellino del fantasma, cómo
ese algo es posible. Pues es bien claro que es posible.
La neurosis accede al fantasma.
Accede allí, en ciertos momentos elegidos de la satisfacción
de su deseo. Pero todos nosotros sabemos que eso no es allí más
que una utilización funcional del fantasma, más que su relación
de intercambio con su mundo, y especialmente, sus relaciones con los otros,
con los otros reales — es allí que llegamos ahora —, ¿por
qué está marcada?. Se lo ha dicho siempre: Por una pulsión
reprimida.
Esta pulsión reprimida
es esa relación que intentamos articular un poco mejor, más
estrechamente, de una manera, incluso, cínicamente más evidente.
Vamos a ver, simplemente, cómo es posible esto. Vamos a indicar,
de todos modos cómo se presenta esto. Tomemos, si Ustedes quieren,
el obsesivo y la histérica. Tomémoslos juntos, en tanto que,
en un cierto número de rasgos, vamos a verlos esclarecerse el uno
por el otro.
El objeto del fantasma, en
tanto que desemboca sobre el deseo del Otro, se trata de no aproximarlo.
Y para esto, hay, evidentemente, muchas soluciones. Hemos visto aquella que
está ligada a la promoción del objeto fóbico al objeto
de la interdicción. ¿De interdicción de qué?.
Al fin de cuentas, de un goce que es peligroso, porque abre, ante el sujeto,
el abismo del deseo como tal.
Hay otras soluciones. Se
los he indicado ya, bajo esas dos formas esquemáticas, en el informe
de Royaumont. El deseo del sujeto puede ser sostenido por el ante el deseo
de Otro. Lo sostiene de dos formas: como deseo insatisfecho, es el caso
de las histéricas. Les recuerdo el ejemplo de la bella carnicera
donde esta estructura aparece de una manera muy clara. Ese sueño
en cuyas asociaciones aparece la forma, de alguna manera confesada, de la
operación de la histérica.
La bella carnicera desea
comer caviar, pero ella no quiere que su marido se lo compre, porque es
necesario que ese deseo quede insatisfecho. Esta estructura que está
allí llena de imagenes, en una pequeña maniobra que forma,
por otra parte, la trama y el texto de la vida cotidiana de esos sujetos,
va mucho más lejos, en realidad. Esta historieta quiere decir
la función que la histérica se da a ella misma. Ella es el
obstáculo. Ella es quien no quiere. Es decir que, en esa relación
del sujeto al objeto en el fantasma, ella viene a ocupar esta posición
tercera, que estaba, hace un rato, adjudicada al significante fóbico
pero de otra manera.
Ella es el obstáculo.
Es ella quien es la apuesta (qui est l'enjeu), en realidad Y su goce es
de impedir, justamente, el deseo en las situaciones que ella misma trama.
Pues aquí está una de las funciones fundamentales del sujeto
histérico; en las situaciones que ella trata su función, es
impedir llegar a término al deseo, para quedar, ella misma, como lo
que se juega (le' en, jeu).
Ella toma el lugar de algo
que podríamos llamar, en el sentido más extenso, más
general, un manequí. Es una falsa apariencia. La histérica
que, en una situación tan frecuentemente observada que se reconoce
con claridad, verdaderamente, en las observaciones — alcanza a tener la clave
de esto que es su posición entre una sombra que es su doble: una
mujer que es, de manera encubierta, ese punto, precisamente, donde se sitúa,
donde se inserta su deseo, en tanto que es necesario que ella no lo vea
— la histérica se instituye presente, ella misma, en la ocasión
del resorte de la máquina, aquella que las suspende y las sitúa
una en relación a la otra como especies de marionetas donde tiene
que sostenerse ella misma, en esa relación desdoblada que es la de
$
a.
La histérica está,
sin embargo, ella misma en el juego, bajo de forma de lo que, al fin de
cuentas, es la apuesta (l'eu jeu).
El obsesivo tiene una posición
diferente. La diferencia del obsesivo, en relación a la histérica,
es quedar, él fuera del juego. Es su verdadero deseo, Ustedes lo
verán. Confíen en esas fórmulas cuando tengan que estudiar
al sujeto clasificable clínicamente. El obsesivo es alguien que no
está jamás verdaderamente allí en el lugar donde está
en juego algo que podría ser calificado su deseo. Allí donde
arriesga el golpe, aparentemente, no es allí donde él está.
Es de esta desaparición misma del sujeto, del $ en
el punto de compromiso del deseo, que hace, si se puede decir, su arma y
su escondite. El ha aprendido a servirse de esto para estar en otra parte.
Y obsérvenlo bien.
Esto, puesto que no tiene otro lugar que aquel que, hasta aquí, estaba
reservado a la estructura instantánea, relaciónal, de la histérica,
esto no es posible más que desplegándolo en el tiempo, temporalizando
esta relación, volviendo a dejar siempre, para mañana, su
compromiso en esa verdadera relación del deseo. Es siempre para mañana
que el obsesivo reserva el compromiso con su verdadero deseo.
Esto no quiere decir que,
esperando ese término, él no comprometa nada. Lejos de eso,
hace sus pruebas. Además, él puede llegar hasta a considerar
esas pruebas, eso que hace, como un medio de ganar méritos. ¿Méritos
en qué?. En la referencia del Otro respecto de sus deseos. Constatarán
Ustedes que estas cosas, verdaderamente, se confiesan cada dos por tres,
aún si el obsesivo no reconoce ese mecanismo como tal. Pero es importante
que Ustedes sean capaces de reconocerlo, para designarlo.
Pues, después de todo,
hay allí algo importante, en aplastar este mecanismo bajo la forma
de eso que arrastra en su estela, a saber, todas esas relaciones intersubjetivas
que no se conciben sino ordenadas respecto de esta relación o de
esas relaciones fundamentales que intento articular aquí para Ustedes.
¿Qué es lo
que esto quiere decir, al fin de cuentas?. Quiero decir, incluso antes de
preguntarnos cómo es posible esto, ¿qué es lo que vemos
despuntar en esta posición neurótica?. Está claro que
lo que vemos despuntar es, al menos, esto: El llamado al socorro del sujeto,
para sostener su deseo, para sostenerlo en presencia y frente al deseo del
Otro, para constituirse como deseante. Esto es lo que les indicaba la ultima
vez: Es que la única cosa que él no sabe, es que, constituyéndose
como deseante, su andar está profundamente marcado por algo que está
allí detrás, a saber, el peligro que constituye esta pendiente
del deseo. De manera que, constituyéndose como deseante, no se da
cuenta de que, en la constitución de su deseo, él se defiende
contra algo, que su deseo mismo es una defensa, y no puede ser otra cosa.
Aún para que esto
pueda sostenerse, está claro que, en cada caso, él llama en
su socorro una cosa que se presenta en una posición tercera en relación
a ese deseo del Otro, algo donde él pueda colocarse para que la relación
aspirante, evanescente del $ ante el a, sea
sostenible. Es en la relación al Otro, al Otro real, que vemos suficientemente
indicado el rol de eso que permite al sujeto simbolizar. Pues no se trata
de otra cosa que de simbolizar su situación, a saber, de mantener
en acto algo donde él pueda reconocerse como sujeto, satisfacerse
como sujeto, completamente asombrado de ver que ese sujeto que se sostiene,
se encuentra preso de todo tipo de actitudes contorsionadas y paradojales
que lo designan a él mismo desde que él puede tener la menor
visión reflexiva sobre su propia situación, como un neurótico
presa de los síntomas.
Aquí interviene este
elemento que la experiencia analítica nos ha enseñado a poner
en un punto clave de las funciones significantes, y que se llama el falo.
Si el falo tiene la posición clave que les designo ahora, esto es
muy evidente, en tanto que significante, significante ligado a algo que tiene
un nombre en Freud, y del que Freud no ha disimulado, para nada, el lugar
en la economía inconsciente misma; éste es, a saber, la ley.
A este respecto, todo tipo
de tentativa de volver a traer el falo como algo que se equilibre, que se
ensamble con tal otro correspondiente funcional en el otro sexo, es algo
que, entendido desde el punto de vista de interrelación del sujeto,
tiene su valor, si se puede decir, genético. Pero no puede ejercerse,
hacerse, más que a condición de desconocer lo que es totalmente
esencial en la valorización del falo como tal.
No es, pura y simplemente,
un órgano Allí donde es un órgano es instrumento de
un goce. No está, en ese nivel, integrado en el mecanismo del deseo,
porque el mecanismo del deseo es algo que se sitúa en otro nivel,
que, para comprender lo que es ese mecanismo del deseo, es necesario definirlo
visto del otro lado, es decir, una vez instituidas las relaciones de la cultura,
y a partir del mito del asesinato primordial.
El deseo se distingue de
todas las demandas, en que es una demanda sometida a la Ley. Esto tiene
la apariencia de derribar una puerta abierta, pero es, sin embargo, de esto
de lo que se trata, cuando Freud nos hace la distinción entre demandas
que corresponden a necesidades llamadas de conservación de la especie
y del individuo, y aquellas que están sobre otro plano. Aquellas
que están sobre este otro plano se distinguen de las primeras en
ese sentido: que ellas pueden ser diferidas... Pero después de todo,
si el deseo sexual puede ser diferido en sus efectos, en su pasaje al acto
en el hombre, es de una manera, seguramente, ambigüa.
¿Puede ser diferidos.
¿Por qué puede serlo más en los hombres que en los
animales que, después de todo, no sufren de tal forma aplazamientos?.
Es en razón, sin duda alguna de una flexibilidad genética
— pues nada es articulable, en el análisis, si no se articula a ese
nivel — que es sobre ese deseo sexual mismo que está edificado el
orden primordial de intercambios que fundan la ley por la cual entra al estado
viviente el número como tal en la interpsicología humana. La
ley llamada de alianza y de parentesco por la que vemos aparecer esto: es
que el falo, fundamentalmente, es el sujeto, en tanto que objeto de ese deseo,
este objeto siendo sometido a eso que llamaremos la ley de la fecundidad.
Y por otra parte es así
que, cada vez que se hace intervenir de una manera más o menos encubierta
y más o menos iniciática, al falo, él es para aquellos
que participan en esta iniciación, develado. Si la función
del padre, para el sujeto, en tanto que autor de sus días, como se
dice, no es más que el significante de lo que llamo aquí la
Ley de la fecundidad, que ella regula, anuda el deseo a una ley, efectivamente,
esta significación fundamental del falo es eso por lo que, en toda
la dialéctica del deseo, puesto que allí se expresa el ser
del sujeto en el punto de su pérdida, se interpone sobre el trayecto
de esta funcionalización del sujeto en tanto que falo, de eso por
lo que el sujeto se presenta en la ley de intercambio definido por las relaciones
fundamentales que reglan las interrelaciones del deseo en la cultura... tanto
que el sujeto es, como que a partir de cierto momento no es más, falta
a ser que no puede asirse mas.
Es del reencuentro de esto
con su función fálica, con su función fálica
en los lazos reales de las relaciones con los otros reales de la generación
real del linaje, que se produce el punto de equilibrio, aquel en el que
nos detuvimos en el final del sueño de la paciente de Ella Sharpe.
Si he ramificado toda la
gran digresión sobre "Hamlet" en ese nivel, es en tanto que ese sujeto
nos presentaba en su sueño, bajo la forma más pura, esta alternancia
del "to be or not", de lo que ya he dado cuenta. Es, a saber, ese sujeto
que se califica a sí mismo como persona. Ese sujeto, en el momento
donde la proximidad de su deseo, donde él pone el dedo, justamente
allí donde él tiene que elegir entre no ser nadie (ser persona),
o ser tomado, absorbido enteramente en el deseo devorante de la mujer, que
inmediatamente después es intimado (requerido) a ser o no ser, para
actualizar el "to be" de la segunda parte que no tiene el mismo sentido que
en la primera, el "no ser" de la estructura primordial del deseo, que se
ve ofrecido a una alternativa. Para ser, es decir, ser el falo, él
debe ser el falo para el Otro, el falo señalado. Para ser ése
que puede ser como sujeto, está ofrecido a la amenaza de no tenerlo.
Si Ustedes me permiten servirme
de un signo llamado lógico, que es el "vel", del que uno se sirve
para designar el "o bien... o bien..." de la distinción, el sujeto
ve abrirse, para él la elección entre no serlo —no ser el falo—
o, si lo es, no tenerlo, es decir, ser el falo para Otro, el falo en la dialéctica
intersubjetiva. Es de eso de lo que se trata.
(Falta una carilla en el
original). ... no solamente toda la anécdota de la historia del sujeto,
sino también, otros elementos estructurados en ese pasado. Quiero
decir, eso que hemos manifestado, puesto en relieve en el momento querido,
eso que se relacióna, como tal, con el drama narcisista, con la relación
del sujeto con su propia imagen.
Le
pas un à quoi se désigne le $ dans la structure
fondamentale du désir, se transforme dans un " un en trop ",
ou "quelque chose en trop" ou " quelque chose en moins ", dans
la menace de la castration pour l'homme ou dans le phallus ressenti comme
absence pour la femme. C'est pourquoi on peut dire qu'à l'issue de
la démystification analytique de la position du névrosé,
quelque chose semble rester dans la structure, tout au moins ce dont nous
témoigne Freud dans sa propre expérience, qui se présente
comme un reste, comme quelque chose qui, pour le sujet, le fait dans tous
les cas rester dans une position inadéquate, celle du péril
pour le phallus chez l'homme, celle de l'absence du phallus chez la femme.
Seguramente que es allí
que se inscribe, al fin de cuentas, para el sujeto —Freud señaló
más de una vez en su tiempo y en términos propios, el miedo
a la pérdida del falo, también, el sentimiento de falta de
falo. El yo (moi), en otros términos, está interesado, pero
observémoslo entonces en ese nivel en el que, si él interviene,
si puede intervenir en este lugar, pude tener que sostenerse en esta dialéctica
compleja donde él teme perder su privilegio en la relación
con el Otro. Y bien. Es Lo no es cierto, si la relación narcisista
con la imagen del otro interviene a causa de algo que podríamos llamar
debilidad del yo (moi), pues, después de todo, en todos los casos
en los que constatamos tal debilidad, a lo que asistimos es, por el contrario,
a una dispersión, a un bloqueamiento de la situación.
Después de todo, no
tengo que hacer alusión allí a algo que es, para todos Ustedes,
familiar, que creo que ha sido traducido en la "Revue"; ese caso notorio
de Melanie Klein, a saber, ese niño que estaba verdaderamente introducido
como tal en esa relación del deseo al significante, pero que se encontraba,
en relación al otro, a la relación posible sobre el plano
imaginario, sobre el plano gestual, comunicativo, viviente, con el otro,
completamente suspendido, tal como nos lo describe Melanie Klein.
No sabemos todo de ese caso,
y, después de todo, no podemos decir que Melanie Klein haya hecho
allí otra cosa que presentarnos un caso notable. Y lo que ese caso
demuestra, es que, seguramente, este niño que no hablaba es, ya, accesible
y tan sensible a las intervenciones habladas de Melanie Klein que, para nosotros,
en nuestro registro, en aquel que intentamos desarrollar aquí, su
comportamiento es verdaderamente notorio.
Las únicas estructuras
del mundo que son accesibles, sensibles, manifiestas, manifestables, para
él desde los primeros momentos con Melanie Klein, son estructuras
que llevan, en ellas mismas, todos los carácteres de la relación
con la cadena significante.
Melanie klein nos lo subraya.
Es la pequeña cadena del tren, es decir, de algo que este constituido
por un cierto número de elementos enganchados los unos a los otros.
Es una puerta que se abre o que se cierra. Vale decir, eso que, cuando yo
intentaba mostrarles en las posibles utilizaciones de tal esquema cibernéticos
para nuestro manejo del símbolo, eso que es la forma más simple
de la alternancia sí o no, que condiciona el significante como tal.
Una puerta debe estar abierta o cerrada.
Es alrededor de eso que se
limita todo el comportamiento del niño. Es, sin embargo, nada más
que para tocar esto en palabras que son, no obstante y algo esencialmente
verbal. ¿Qué es lo que obtiene del niño, desde los
primeros momentos, la intervención de Melaine Klein? Su primera reacción
es, a mi parecer, sorprendente, casi prodigioso en su carácter ejemplar.
Esto es, ir a situarse —y allí está el texto—, entre dos puertas.
Entre la puerta interior de los consultorios, y la puerta exterior, en un
espacio negro del que uno se asombra de que Melanie Klein, que, por ciertos
lados, ha visto tan bien los elementos de estructura, como aquellos de la
introyección y la expulsión, a saber, este límite del
mundo exterior, de ése que se puede llamar las tinieblas interiores
en relación a un sujeto, que, entonces, Melanie Klein no haya visto
la puerta de esta zona intermedia que no es nada menos que aquella que nosotros
distinguimos de esta forma: Aquella donde se sitúa el deseo, a saber,
esa zona que no es ni lo exterior ni lo interior, articulado y construido
en ese sujeto, pero lo que se puede llamar, puesto que encontramos esto
en ciertas estructuras de las poblaciones primitivas, esa especie de zonas
desmontadas entre las dos, la zona "no man's land", entre la población
y la naturaleza virgen, que es eso donde queda averiado el deseo del pequeño
sujeto.
Es allí que vemos
intervenir, posiblemente, el yo (moi), y bien entendido, es en la medida
en que ese yo (moi) no es débil sino fuerte, que vendrán,
como he repetido siempre y cientos de veces, a organizarse las resistencias
del sujeto. Las resistencias del sujeto en tanto que ellas son las formas
de coherencia misma de la construcción neurótica, es decir,
de eso en lo cual él se organiza para subsistir como deseo, en no
ser el lugar de ese deseo, en ser amparado por el deseo del Otro como tal,
en ver interponerse entre su manifestación más profunda como
deseo, y el deseo del Otro, esta distancia, esta coartada que es aquella
donde se constituye, respectivamente, como fóbico, histérico,
obsesivo .
Volveré —es necesario—
sobre un ejemplo que Freud nos da, desarrollado, de un fantasma. No es en
vano volver allí, después de todo este recorrido. Es el fantasma
"Un niño es pegado". Aquí se pueden asir los tiempos que nos
permiten reencontrar la relación estructural que intentamos articular
la vez pasada.
¿Que tenemos?, el
fantasma de los obsesivos. Niños y niñas se sirven de ese
fantasma , para conseguir ¿qué?. El goce masturbatorio. La
relación con el deseo es clara. ¿Cuál es la función
de ese goce? Su función, aquí, es la de toda satisfacción
de necesidad, en una relación con el más allá que determina
la articulación de un lenguaje para el hombre. Esto es, a saber,
que el goce masturbatorio, allí, no es la solución del deseo.
Es el aplastamiento de él, exactamente como el niño de pecho,
en la satisfacción de la nutrición, aplasta la demanda de
amor en relación a la madre.
Por otra parte, esto está
casi firmado por testimonios históricos. Quiero decir, puesto que
hemos hecho alusión a la perspectiva hedonista en su tiempo, en su
insuficiencia para calificar el deseo humano como tal —no olvidemos, después
de todo, el carácter ejemplar de uno de sus puntos paradojales, como
tal, evidentemente dejado en la sombra, de la vida de aquellos que se han
presentado en la historia como los sabios, y los sabios de una disciplina
de la que el fin, calificado de filosófico, era, precisamente, por
razones después de todo válidas, puesto que metódicas—,
la elección, la determinación de una postura en relación
al deseo, postura que consiste, por otra parte, en el origen, en excluirlo,
en volverlo caduco. Y, hablando propiamente, toda perspectiva hedonista participa
de esta posición de exclusión como lo demuestra el ejemplo
paradojal que voy a recordarles aquí, a saber, el de la posición
de los cínicos. La tradición nos transmite el testimonio de
esto, en la boca de Chrysipo, si recuerdo bien. Esto que Diógenes
el cínico alardeaba, hasta el punto de hacerlo en público a
la manera de un acto demostrativo, y no exhibicionista, que la solución
del problema del deseo sexual, estaba, si puedo decirlo, al alcance de la
mano de cada uno, y él lo demostraba brillantemente masturbándose.
El fantasma del obsesivo
es, entonces, algo que tiene una relación con el goce de lo que es,
incluso, observable, que puede devenir una de las condiciones, pero de lo
que Freud nos demuestra que la estructura tiene valor de eso que designo
como siendo su valor de índice, puesto que lo que ese fantasma puntúa
no es otra cosa que un rasgo de la historia del sujeto, algo que se inscribe
en su diacronía. Es, a saber, que el sujeto, en un pasado en consecuencia
olvidado, ha visto, nos dice Freud, un rival — que sea del mismo sexo o
de otro, poco importa —, sufrir la sevicia del ser amado, en la ocasión,
del padre, y ha encontrado en esa situación original, su felicidad.
¿En qué perpetúa,
si se puede decir así, el instante fantasmático, este instante
privilegiado de Felicidad?. Es aquí que la fase intermedia que nos
es designada por Freud, toma su valor demostrativo. Es que se da en un tiempo
que Freud nos dice que no puede ser sino reconstruido —esto se observa en
el hecho de que, en Freud, no encontramos sino e]. testimonio de ciertos
momentos inconscientes que, hablando propiamente, son inaccesibles como tales
que tenga razón o no en el caso preciso, determinado, está
fuera de cuestión, por ahora. Por otra parte, no se equivoca. Pero
lo importante es que designa esta etapa intermedia como algo que no puede
ser sino reconstruido, etapa intermedia entre el recuerdo histórico,
en tanto que designa el sujeto en uno de sus momento de triunfo, recuerdo
histórico que no está reprimido sino defectuosamente, y que
puede ser traído a la luz. Es allí que el instante fantasmático
juega el rol de índice. Eterniza, si se puede decir, ese momento,
haciendo, de él el punto de ligazón de algo totalmente diferente,
a saber, el deseo del sujeto. Y bien, esto no sucede más que en relación
a un momento intermediario que llamaré aquí aún cuando
ése sea un punto que no puede ser sino reconstruido, hablando propiamente,
metafórico.
Pues, ¿de qué
se trata en ese momento intermediario?, ese segundo tiempo, del que Freud
nos dice que es esencial para la comprensión del funcionamiento de
ese fantasma. Es de esto: es que en el otro, el hermano rival que es en
quien el castigo es infligido por el ser amado, el sujeto se constituye
él mismo. Es decir que, en ese segundo tiempo, es él quien
es castigado.
Encontramos, delante nuestro,
el enigma en el estado naciente de lo que comporta esta metáfora,
esta transferencia. ¿Que es lo que busca el sujeto allí?.
¿Que extraña
vía para, a continuación, dar a su triunfo, sino este modo
de pasar, él mismo, a su turno, por los castigos infligidos al otro?.
¿No encontramos allí,
delante, el enigma último? —Freud, por otra parte, no lo disimula—
el enigma último de lo que viene a inscribirse, en la dialéctica
analítica, como masoquismo, y de lo que uno ve, después de
todo, presentarse aquí, bajo una forma pura, la conjunción.
Es, a saber, que algo en
el sujeto, perpetúa la felicidad de la situación inicial,
en una situación oculta, latente, inconsciente, de desdicha. Eso
de lo que se trata en ese segundo tiempo hipotético, es de una oscilación,
de una ambivalencia, de una ambigüedad, más precisamente, de
eso que el acto de la persona autoritaria, en la ocasión, el padre,
implica de reconocimiento. El goce que ubica el sujeto allí, es eso
hacia lo cual se desliza desde un accidente de su historia, a una estructura
donde va a aparecer como ser en tanto tal. Esto es lo que, en el hecho de
alienarse, es decir, de sustituirse aquí en el otro como víctima,
consiste el paso decisivo de su goce, en tanto que él concluye, en
el instante fantasmático donde no es más él mismo, entonces,
que "se". Por un lado, instrumento de la alienación, en tanto que
ella es desvalorización.
Es "se pega", por un lado,
y es por lo que, hasta cierto punto, he podido decirles que él deviene,
pura y simplemente, el instrumento fálico, en tanto que él
es, aquí, instrumento de su anulación. ¿Confrontado
a qué?, a "se pega a un niño", un niño sin figura, un
niño que no es nada más que original, ni el niño que
ha sido en el segundo tiempo él mismo, que no hay ninguna determinación
especial de sexo. El exámen de la sucesión de los fantasmas
de los que Freud nos habla, lo muestra. El está confrontado a lo que
se puede llamar una suerte de fragmento del objeto.
Es en esta relación,
sin embargo, del fantasma, que nosotros vemos despuntar, en ese momento,
lo que para el sujeto hace al instante privilegiado de su goce. Diremos que
el neurótico — y veremos la próxima vez cómo podemos
oponerle algo muy particular, no la perversión en general, pues aquí
la perversión, en lo que nosotros exploramos como estructura, juega
un rol de punto pivote, sino donde nosotros podemos oponerle algo muy especial,
y de lo cual el factor común no parece haber sido encontrado hasta
aquí, es en la homosexualidad.
Pero para sostenernos en
eso del neurótico, hoy, su estructura más común, fundamental,
reside, al fin de cuentas, en esto: ¿Deseando qué, se desea?,
algo que no es, al fin de cuentas, sino eso que le permite sostenerse en
su precariedad, su deseo como tal, sin saber que toda la fantasmagoría
está hecha para eso, a saber, que sus deseos son esos sin tomas mismos,
que son el lugar donde él muestra (confiesa) su goce, esos síntomas,
ellos mismos, tan poco satisfactorios.
El sujeto, pues, se presenta
aquí como no diría, un ser puro, ése del cual he partido,
para indicarles cuál es la relación de esta manifestación
particular del sujeto lo real, sino un ser—para. La ambigüedad de la
posición del neurótico está enteramente aquí,
en esta metonimia que hace que es en este ser—para, que reside todo su puro
ser.
Versão da Escola Freudiana de Buenos
Aires (com interpolações feitas por L.-O. Telles da Silva