O DESEJO E SUA INTERPRETAÇÃO
Seminário VI
Jacques Lacan
Clase 23
de 3 de Junho de 1959
Continúo mi tentativa de articular para Ustedes
lo que debe regular nuestra acción en el análisis, en tanto
nosotros tenemos que ver con el inconsciente en el sujeto. Sé que
esto no es cosa fácil, y además, no me permito todo, en la
clase de formulación a la cual me gustaría llevarlos. Ocurre
que mis rodeos están ligados a los sentimientos, por lo que tengo
necesidad de hacerles sensible el paso del cual se trata. No es forzoso
que siempre logre que Ustedes no pierdan el sentido de la ruta.
Sin embargo, les pido seguirme, tenerme confianza. Y para volver al punto
donde estábamos la última vez, articulo más simplemente
lo que yo he —evidentemente no sin precaución, no sin esfuerzo por
evitar las ambigüedades formulado—, poniendo en primer plano el término
del ser.
Y para proceder a martillazos, me pregunto, por azaroso
que pueda parecer semejante fórmula, la restitución, la reintegración,
en nuestros conceptos cotidianos, de términos tan importantes que,
desde siglos, uno no osa abordarlos más que con una especie de temor
respetuoso. Quiero hablar del Ser y del Uno... Digamos, bien entendido, es
en! su empleo, el hacer la prueba de su coherencia, que lo que llamo ser,
y que hasta cierto punto, yo he llegado a calificar, la última vez,
como ser puro, en un cierto nivel de su emergencia, es algo que corresponde
a los términos según los cuales nosotros nos ubicamos especialmente:
Lo real y lo simbólico. Y aquí el ser es nada menos que esto,
que no somos idealistas, que, para nosotros, como se dice en los libros de
filosofía, somos de aquellos que pensamos que el ser es anterior al
pensamiento, pero que, para ubicarnos, nos falta nada menos que eso, aquí
en nuestro trabajo de analistas.
Lamento tener que hacer intervenir para Ustedes el cielo de la filosofía,
pero debo decir que no lo hago sino molesto y forzado y, después de
todo, porque no encuentro nada mejor para operar.
El ser, diremos, pues, que es propiamente lo real, en tanto él se
manifiesta a nivel de lo simbólico. Pero entendamos bien qué
es a nivel de lo simbólico. En todo caso, para nosotros, no hemos
de considerar en otra parte esto que parece tan simple —de esto que hay algo
que agregar cuando decimos "el es eso", y que esto apunta a lo real, y en
tanto que lo real está afirmado, o rechazado, o denegado, en lo simbólico.
Este ser no está en ninguna otra parte —que
esto quede bien entendido—, sino en los intervalos, en los cortes. Y allí
donde, hablando propiamente, él es el menos significante de los significantes,
a saber, el corte. Que es lo mismo que afirmar que el corte se presentifica
en lo simbólico. Y nosotros hablamos de ser puro. Voy a decirlo más
brutalmente, porque la última vez, parece —y quiero admitirlo voluntariamente
-, que ciertas fórmulas que he adelantado han parecido conclusas a
algunos. El ser puro del que se trata es ese mismo ser del cual acabo de
dar la definición general, y esto, en tanto que, bajo el nombre de
inconsciente, de simbólico, una cadena significante subsiste según
la fórmula que Ustedes me permitirán adelantar: Todo sujeto
es Uno.
Aquí, es necesario que les pida indulgencia, a saber, seguirme. Lo
que quiere decir, simplemente, que Ustedes no imaginan que lo que adelanto
allí es algo que adelanto con menos precaución de lo que he
adelantado el ser. Les pido que me den crédito porque, antes de hablarles,
ya he advertido que lo que voy ahora a adelantar, a saber, el Uno,
no es una noción unívoca, y que los dicciónarios de
filosofía les dirán que hay más de un empleo de ese
término, a saber que el Uno, lo que es el todo, no se confunde en
todos sus empleos, en todos sus usos, con el uno número, es decir,
el uno que supone la sucesión y el orden de los números, y
que se desempeña ahí como tal. Pues bien, parece, en efecto,
según toda apariencia, que este uno fuese secundario de la institución
del número como tal y que, para una deducción correcta —en
todo caso, las aproximaciones empíricas no dejan en eso ninguna duda;
la psicología inglesa trata de instaurar la entrada empírica
del número en nuestra experiencia, y no es por nada que me refiero
aquí a la tentativa de argumentación lo más al ras de
la tierra. Yo les he hecho, ya, notar que es imposible estructurar la experiencia
humana, quiero decir, esta experiencia afectiva más común,
a partir del hecho de que el ser humano cuenta, y que él se cuenta.
Yo diría, de un modo abreviado —pues hace falta,
para ir más lejos, que supongo adquirido por cierto tiempo de reflexión
lo que ya he dicho—, que el deseo está estrechamente ligado a lo que
sucede en tanto que el ser humano tiene que articularse en el significante,
y que en tanto que ser, es en los intervalos, que aparece a un nivel que
trataremos, quizá, un poco más adelante, de articular de un
modo que allí, deliberadamente, voy a hacer más ambigüo
que aquello del uno tal como acabo de introducirlo, porque no pienso que
ella se haya aún tratado de articular como tal en su ambigüedad
misma. Es la noción de No-Uno.
Es en tanto que esa S aparece aquí como ese No-Uno, que nosotros vamos
a retomar y ver de nuevo hoy.
Pero retomemos las cosas a nivel de la experiencia. Quiero decir, a nivel
del deseo. Si el deseo juega ese rol de servir de índice al sujeto,
en el punto donde no puede representarse sin desvanecerse, diremos que, al
nivel del deseo, el sujeto se cuenta. El se cuenta, para jugar sobre las
ambigüedades, sobre la lengua, es allí, en primer lugar, que
quiero atraer vuestra atención; quiero decir, sobre la propensión
que tenemos siempre de olvidar eso con lo que tenemos que ver en la experiencia,
aquella de nuestros pacientes, de aquellos de los cuales tenemos la audacia
de encargarnos; y es por eso por que los reenvío a ustedes mismos.
En el deseo nos contamos contante (comptant) (1).
Es allí que el sujeto aparece contante, no en el cómputo, sino
allí donde se dice que él tiene que hacer frente, en lo que
hay en último término, que lo constituye propiamente como él.
De todos modos, es tiempo de recordar a los analistas que no hay nada que
constituya mejor el último término de la presencia del sujeto,
en tanto es con eso con lo que nos tenemos que ver, que el deseo.
Es a partir de ahí que ese manejo del contante
comienza a entregarse a toda suerte de transacciónes que lo evaporan
en equivalente diversamente fiduciarios, es evidentemente todo un problema,
pero hay, a pesar de todo, un momento donde es necesario pagar contante yo
(moi).
Si la gente viene a vernos es, en general, porque eso de lo que se trata
en el momento de pagar, contante, al contado, no marcha; se trata del deseo
sexual, o de la acción en sentido pleno, o en el sentido más
simple.
Es ahí adentro, que se hace la pregunta del objeto. Es claro que,
si el objeto fuese simple, no solamente no sería difícil para
el sujeto hacer frente contante a sus sentimientos, sino, si me permiten
ese juego de palabras, estaría más a menudo contento (2) del
objeto, en tanto que es necesario que él se contente de eso, lo que
es completamente diferente.
Esto está, evidentemente, ligado al hecho de
que conviene también recordar, porque es el principio de nuestra experiencia,
que en ese nivel del deseo, el objeto, para satisfacerlo, no es, al menos,
de acceso simple, y que asimismo diremos que no es fácil reencontrarlo,
por razones estructurales que son, justamente, aquellas en las cuales vamos
a tratar de entrar más adelante.
No pareciera que vamos rápido, pero es porque es duro, aunque, lo
repito, eso sea nuestra experiencia cotidiana.
Si el objeto del deseo más maduro, más adulto, como nosotros
nos expresamos de vez en cuando, en esta especie de embriaguez babosa que
se llama la exaltación del deseo genital no tendríamos que
hacer constantemente esta observación de la división que se
introduce allí regularmente, y que estamos muy forzados de articular
en el mismo momento en que hablamos de ese sujeto muy conciliador, más
o menos problemático, entre los dos planos que constituyen este objeto
como objeto de amor, o, como uno se expresa, de ternura, o del otro al cual
hacemos don de nuestra unicidad, y el mismo otro considerado como instrumento
del deseo.
Es muy claro que es el amor del otro el que resuelve todo. Pero se ve bien,
por esta sola observación, que quizá aquí salimos, justamente,
de los límites del diagrama, porque al fin de cuentas, no es a nuestras
disposiciones, sino a la ternura del otro, que es reservado esto que, al
precio, sin ninguna duda, de un cierto descentramiento de sí mismo,
él satisfaga lo más exactamente posible eso que, sobre el plano
del deseo, es, para nosotros, promovido como objeto.
Finalmente, bien parece aquí que, más
o menos camuflados, reproducíamos muy simplemente viejas distinciones
introducidas de la experiencia religiosa. Es, a saber, la distinción
de la tendencia amorosa en el sentido concreto o pasional, carnal, como uno
se expresa, del término, y el amor de caridad. Si es verdaderamente
esto, ¿por qué no reenviaron a nuestros pacientes a los pastores,
que les predicarían mucho mejor que nosotros?'.
Además, por otra parte, estamos advertidos que seria un lenguaje mal
tolerado, y que, de vez en cuando, no es mejor que nuestros pacientes, por
anticipar los deslizamientos ahí debajo de nuestros lenguajes, y de
que después de todo, si son esos bellos principios de moral que vamos
a predicarles, podrían muy bien ir a buscarlos en otra parte, pero
que es, curiosamente, una vez ocurrido, que eso les pega tanto como para
que no tengan ganas de escuchar eso de nuevo.
Yo hago allí una ironía muy fácil. No es una ironía
pura y simple. Iré más lejos. Diré que, al fin de cuentas,
no hay esbozo de teoría del deseo —quiero decir de una teoría
del deseo donde pudiésemos reconocernos. Si pongo los puntos sobre
las íes, las cifras mismas a través de las cuales entiendo
ahora articularla para Ustedes, si no los dogmas religiosos; y que no es
por azar si, en la articulación religiosa, el deseo sin duda en rincones
protegidos, cuyo acceso, por supuesto, está reservado. No está
abierto grandemente al común los mortales, de los fieles, sino en
rincones que uno llama la mística; está bien inscripta como
tal la satisfacción del deseo —está ligada a toda una organización
divina que es aquella que, para el común de la gente, se presenta
bajo la forma de los misterios -, probablemente también para los otros
(no tengo necesidad de nombrarlos). Y es necesario ver lo que pueden representar,
para el creyente de nivel sensible, términos suficientemente vibrantes
como el de encarnación o redención.
Pero iré más lejos: diré que
el más profundo de todos, que se llama la Trinidad, sería un
gran error creer que no es algo que, al menos, tiene relación con
la cifra tres, con la cual tenemos siempre que ver, si advertimos que no
hay justo acceso, equilibrio posible a alcanzar para un deseo que llamamos
normal, sin una experiencia que hace intervenir una cierta tríada
subjetiva.
¿Por qué no decir estas cosas, ya que ellas están allí
en una extrema simplicidad?. Y yo no las descarto. Me satisfago tanto en
tales referencias, como en aquellas más o menos confusas aprehensiones
de ceremonias primitivas, totémicas u otras, en las cuales lo que
mejor encontramos no es muy diferente de esos elementos de estructura.
Por supuesto, justamente es por eso que tratamos de abordarlo de un modo
que, por no ser exhaustivo, no es tomado bajo el ángulo del misterio,
que creo que hay interés en lo que nos comprometíamos por esta
vía. Pero ahora, lo repito, ciertas cuestiones de horizonte moral,
incluso social, no son superfluas de recordar en esta ocasión. A saber,
articular esto que aparece bien claro en la experiencia contemporánea,
que no podría haber ahí satisfacción de cada uno, sin
la satisfacción de todos, y que esto está al principio de un
movimiento que, incluso si no estamos comprometidos poderosamente con otros,
nos hostiga por todas partes, y lo bastante, por estar siempre dispuesto
a trastornar muchas de nuestras comodidades.
Se trata aún de recordar que la satisfacción de la cual se
trata, merece, posiblemente, que se la interrogue. Pues, ¿es pura
y simplemente de la satisfacción de las necesidades?. Aquellos,incluso,
de los que hablo —pongámoslos bajo la rúbrica del movimiento
que se inscribe en la perspectiva marxista, y que no hay nada, en su principio,
sino aquello que acabo de expresar: no hay satisfacción de cada uno,
sino en la satisfacción de todos -, no osarían pretenderlo,
porque justamente, lo que es el fin de ese movimiento y de las revoluciones
que comporta es, en último término, hacer acceder esos todos
a una libertad sin ninguna duda lejana, y planteada como debiendo ser post-revolucionaria.
Pero esta libertad, ¿qué otro contenido
podemos darle, sino de ser, justamente, la libre disposición, para
cada uno, de su deseo?. Sin embargo, queda por decir que la satisfacción
del deseo, en esta perspectiva, es una cuestión post-revolucionaria.
Y de esto nos damos cuenta todos los días. Esto no arregla nada. No
podemos reenviar el deseo con el cual tenemos que ver, a una etapa post-revolucionaria,
y cada uno sabe, por otra parte, que no estoy ahí en vías de
hablar mal de tal o cual modo de vida, que fuese más acá o
más allá de cierto limite.
La cuestión del deseo queda en primer plano, incluso, de las preocupaciones
de los poderes. Quiero decir que es muy necesario que haya alguna manera
social y colectiva de manejo con él. Esto no es más cómodo
de un cierto lado de la cortina que del otro. Se trata, siempre, de moderar
un cierto malestar, "el malestar en la cultura", como lo llamó Freud.
No hay otro malestar en la cultura que el malestar del deseo.
Para sorprenderlos un último hito sobre lo que quiero decir, les plantearé
la cuestión de saber, cada uno, no en tanto que analistas demasiado
predispuestos —menos aquí que en otra parte—, a creerse destinados
a ser los regentes de los deseos de los otros... de interrogarse sobre lo
que quiere decir, para cada uno de Ustedes, en el corazón de vuestra
existencia, el término: ¿Qué es realizar su deseo?.
Esto existe, a pesar de todo. Hay, a pesar de todo, cosas que se realizan.
Ellas están un poco desviadas a la derecha, un poco desviadas a la
izquierda, torcidas, farfullantes y más o menos mierdosas, pero son,
a pesar de todo, cosas que, en cierto momento, podemos reunir bajo ese conjunto,
en tal o cual momento: Esto iba en el sentido de realizar mi deseo.
Pero si les pido articular lo que quiere decir "realizar
su deseo", apuesto a que no lo articularán fácilmente. Sin
embargo, si me es permitido —yo cruzaré esto con la referencia religiosa
a la cual me he adelantado hoy—, valerme de esta formidable creación
de humor negro que la religión a la cual me referí hace un
rato, la que tenemos ahí tan viva, la religión cristiana, ha
promovido bajo el nombre de juicio final, simplemente. Les planteo la cuestión
de saber si eso no es una de las cuestiones que debemos proyectar como en
su lugar más conveniente —lugar de juicio final, la cuestión
de saber si ese día del juicio final lo que podremos decir sobre ese
sujeto, lo que en nuestra única experiencia, habremos hecho en ese
sentido de realizar nuestro deseo, no pesara tanto como aquella que no la
refuta en ningún grado, que no la contrabalancea de ningún
modo, esto es, de saber si habremos, o no, hecho lo que se llama el bien.
Pero volvamos sobre nuestra fórmula, nuestra estructura del deseo,
para ver eso que, de hecho, no es solamente la función del objeto,
como he tratado de articularla hace dos años, ni tampoco la del sujeto
en tanto que he tratado de mostrarles que se distingue en ese punto clave
del deseo por ese desvanecimiento del sujeto en tanto que tiene que nombrarse
como tal, sino en la correlación que liga uno al otro, que hace que
el objeto, en esta función, precisamente, de significar ese punto
donde el sujeto no puede nombrarse, donde el pudor, diría, es la forma
regia de lo que se acuña en los síntomas de la vergüenza
y del asco.
Y les pido aún un tiempo, antes de entrar en esta articulación,
para hacerles remarcar algo que fui forzado a dejar ahí como una marca,
a saber, como un punto que no he podido, en su momento, por razones de programa,
desarrollar como lo hubiera deseado, que es la comedia.
La comedia, contrariamente a lo que una vana muchedumbre puede creer, es
lo que hay de más profundo en este acceso, al mecanismo de la escena,
en tanto el permite al ser humano la descomposición espectral de lo
que es su situación en el mundo. La comedia está más
allá de ese pudor. La tragedia termina con el nombre del héroe,
y con la total identificación del héroe. Hamlet es Hamlet,
él es tal nombre. Asimismo es porque su padre ya era Hamlet que, al
fin de cuentas, todo se resuelve ahí, a saber, que Hamlet está
definitivamente abolido en su deseo. Creo haber dicho bastante con "Hamlet".
Pero la comedia es un muy curioso atrapa-deseo, y
es porque cada vez que una trampa del deseo funciona, estamos en la comedia.
Es el deseo en tanto aparece ahí donde no se lo esperaba. El padre
ridículo, e] devoto hipócrita, el virtuoso víctima de
una maniobra adúltera, he ahí aquello con lo que se hace la
comedia. Pero hace falta, por supuesto, este elemento que hace que el deseo
no se confiese. Está enmascarado y desenmascarado. Está ridiculizado.
Está condenado, si llega el caso, pero es por la forma, pues en las
verdaderas comedias, el castigo, incluso no roza el ala de cuervo del deseo,
que sigue absolutamente intacto.
Tartufo es exactamente el mismo después de que el exceptuado le haya
puesto la mano sobre el hombro. Arnolfo, dice ¡Uf!, es decir
que él es siempre Arnolfo, y que no hay ninguna razón para
que no recomience con una nueva Agnes. Y Harpagón no es curado por
la conclusión más o menos artificial de la comedia molieresca.
El deseo, en la comedia, está desenmascarado, pero no refutado.
No les doy aquí sino una indicación. Ahora, querría
introducirlos en lo que me va a servir para situar nuestro comportamiento
con respecto al deseo, en tanto que nosotros, en el análisis, la experiencia
nos ha enseñado a verlo para, como lo decía uno de nuestros
grandes poetas, aunque fuese, además, un gran pintor, ese deseo podemos
atraparlo por la cola, a saber, en el fantasma.
El sujeto, pues, en tanto que desea, no sabe dónde está la
relación a la articulación inconsciente, es decir, a ese signo,
a esa escansión que repite en tanto que inconsciente.
¿Dónde esta, como tal, ese sujeto? ¿Esta en el punto
donde desea?. Ahí está el punto de mi articulación de
hoy. El no está en el punto donde desea. Esta en alguna parte en el
fantasma. Y esto es lo que quiero articular hoy, pues de esto depende toda
nuestra conducta en la interpretación.
Yo me valgo otra vez aquí de una observación
aparecida en una especie de pequeño boletín en Bélgica,
concerniente a la aparición de una perversión transitoria en
el momento de la cura de algo que ha sido impropiamente etiquetado como una
forma de fobia, cuando se trata muy claramente, y como el autor lo sospecha
en sus interrogaciones —debo decir que ese texto es precioso—, él
es muy concienzudo y muy utilizable, por las interrogaciones que el autor
puntúa, a saber, la mujer que ha dirigido ese tratamiento y que, sin
ninguna duda, mejor dirigida ella misma, tenía todas las cualidades
que eran necesarias para ver mucho mejor e ir mucho más lejos... Es
claro que esta observación, en la cual se puede decir que, en nombre
de ciertos principios, principio de "realidad" en la ocasión, la analista
se permite jugar el deseo del sujeto como si se tratase ahí del punto
que, en él, debía ser puesto en su sitio.
El sujeto, sin ninguna duda no por azar, se pone a fantasear (phantasmer)
que su curación coincidirla con el hecho de que se acostará
con la analista.
Sin ninguna duda no es por azar que algo tan tajante, tan crudo, llega al
primer plano de una experiencia analítica. Es una consecuencia de
la orientación general dada al tratamiento, y de algo que es claramente
bien percibido por el autor como habiendo sido el punto crucial, a saber,
el momento donde se trata de interpretar un fantasma, no de identificar o
no un elemento de ese fantasma, y, en ese momento, no digo un hombre con
armadura, sino una armadura que avanza detrás del sujeto. Armadura
armada de algo bastante fácilmente reconocible, porque es una jeringa
Fly-tox (3), es decir, lo que se puede hacer como representación más
cómica y más carácterizada del aparato fálico
como destructor.
Y esto, en el más grande embarazo retrospectivo
del autor. Es seguramente de ahí que han dependido muchas cosas, y
presiente que, a eso, ha sido enganchado, en la sucesión, todo el
desencadenamiento de la perversión artificial. Todo depende del hecho
de que esto era interpretado en términos de la realidad, de experiencia
real de la madre fálica, indiscutiblemente.Y no en el sujeto de eso,
que resalta completamente claro desde un cierto punto de vista de la observación,
a partir del momento donde se quiere tomarla, que el sujeto hace surgir ahí
la imagen necesaria y faltante del padre como tal, en tanto que ésa
exigido por la estabilización del deseo. Y sin embargo nada
podría satisfacernos mejor que el hecho que ese personaje faltante
apareciera en consecuencia bajo la forma de un montaje,de algoque da la imagen
viviente del sujeto en tanto que está reconstituida con la ayuda de
un cierto número de cortes, de articulaciones de la armadura, en tanto
que ellas son junturas, y junturas puras como tales.
Es en éste sentido, y de un modo completamente concreto que se podría
rehacer el tipo de intervención que hubiese sido necesaria ; que quizá
lo que se llama en esta ocasión curación hubiese podido ser
encontrada con menores esfuerzos que por el rodeo de una perversión
transitoria sin duda jugada en lo real, y que indiscutiblemente nos permite
abordar en una cierta práctica , en qué la referencia a la
realidad representa una regresión en el tratamiento.
Voy ahora a precisar bien lo que quiero hacerles sentir en lo concerniente
a esas relaciones de yo (moi) y a.Primero voy a darles el modelo, que
no es más que un modelo, el fort da, es decir, algo que no tengo necesidad
de comentar de otro modo, a saber, ese momento que podemos considerar teóricamente
como primero de la introducción del sujeto en lo simbólico,
en tanto que es en la alternancia de una pareja significante, que reside
esa introducción en relación con un pequeño objeto cualquiera
que sea, digamos, una pelota, o además, un pequeño trozo de
cordón, algo deshilachado en el fin de la cama, con tal que eso resulte,
y que eso puede ser arrojado y vuelto a traer.
He aquí, pues, el elemento del que se trata,
y en el cual lo que se expresa es algo que está justo antes de la
aparición del yo (moi), es decir, el momento donde el S se interroga
en relación al otro en tanto que presente o ausente.
Es pues, el lugar por el que el sujeto entra a ese nivel en lo simbólico,
y hace surgir, en el comienzo, ese algo que el Sr. Winnicott, por la necesidad
de un pensamiento completamente centrado sobre las experiencias primarias
de la frustración, ha introducido el término necesario para
él, en la génesis posible de todo desarrollo humano como tal,
el objeto transicional. El objeto transicional es la pequeña pelota
del Fort-Da.
¿A partir de cuándo podemos considerar ese yo (je) como promovido
a su función en el deseo?. A partir del momento en que deviene fantasma,
es decir, cuando el sujeto no entra más en el juego, pero se anticipa
en ese yo (je), cuando cortocircuito ese yo (je), cuando está enteramente
incluido en el fantasma. Quiero decir, cuando se capta, él mismo,
en su desaparición.
Por supuesto, no se captará sin esfuerzo, pero lo que es exigible
para eso que llamo fantasma, en tanto que soporte del deseo, es que el sujeto
sea representado, en el fantasma, en ese momento de desaparición.
Y les hago remarcar que no estoy diciendo nada extraordinario. Simplemente;
articulo ese sesgo, esa chispa, ese momento donde Jones se detuvo, cuando
buscó dar su sentido concreto al termino complejo de castración,
y donde, por razones de exigencia de su comprensión personal, no llega
lejos, porque para él las cosas son fenomenológicamente sensibles.
La gente está, a pesar de todo, detenida por
los límites de la comprensión, cuando quiere comprender a todo
precio. Lo que trato es hacerles ir un poquito más lejos, diciéndoles
que se puede ir más lejos deteniéndose en eso de tratar de
comprender. Y es en lo que no soy fenomenologista.
Y Jones identifica el complejo de castración, con el temor de la desaparición
del deseo. Es exactamente lo que estoy diciendo bajo una forma diferente.
Ya que el sujeto teme que su deseo desaparezca, esto debe significar algo.
Es que, en alguna parte, él se desea deseante. Que está ahí
lo que es la estructura del deseo —pongan atención —del neurótico.
Es por eso que no abordaré al neurótico de antemano, porque
esto les representa demasiado fácilmente una simple duplicación:
Yo me deseo deseante, y me deseo deseante deseado, etc. No es del todo de
esto de lo que se trata, y es por eso que es útil de recordar el fantasma
perverso. Y si hoy no puedo ir más lejos, trataré de hacerlo
tomando uno de esos fantasmas más accesibles, y además, emparentado
con esto que yo ya he hecho alusión hace poco en la observación
que evoqué, a saber, el fantasma del exhibicionista. Del voyeurista
igualmente, pues Ustedes van a verlo, tal vez conventa no contentarse del
modo en que es comúnmente revertida la estructura de la que se trata.
Suelen decirnos, es muy simple, es muy lindo ese fantasma
perverso. Es la pulsión escópica. Seguro, uno quiere mirar,
uno quiere ser mirado... Esas encantadoras pulsiones vitales, como dice en
alguna parte Paul Elouard. Hay en suma, ahí, algo, la pulsión
que se complace en lo que el poema de Elouard expresaba tan perfectamente
bajo la fórmula de "dar a ver", manifestación de la forma ofreciéndose,
ella misma, al otro.
Y en suma, les hago remarcarlo, esto ya no es para decir. No nos parece tan
simple. Esto implica, ya que estábamos en ese nivel ayer, a saber,
que puede haber subjetividad implícita en una vida animal, implica,
a pesar de todo, cierta subjetividad. No es casi posible concebir ese dar
a ver, incluso, sin dar a la palabra (mot) la plenitud de las virtudes del
don, a pesar de todo, una referencia, inocente, sin duda, no advertida, en
esta forma de su propia riqueza.
Y además, tenemos de eso indicaciones completamente concretas en el
lujo puesto por los animales, en las manifestaciones de la parada cautivante,
principalmente de la parada sexual.No voy a volver a hacer bullir delante
de Ustedes el picón, pienso haber hablado bastante de eso, para que
lo que estoy diciendo tenga un sentido. Es simplemente para decir que, en
la curva de cierto comportamiento, tan instintual como lo supongamos, algo
puede ser implicado, tanto como ese mismo pequeño movimiento de retorno,
y al mismo tiempo de anticipación, que está ahí en la
curva de la palabra. Quiero decir una proyección temporal de ese algo
que está para mostrarse en la exhuberancia de la pulsión, tal
como podemos reencontrarla a nivel natural.
Aquí no puedo más que lateralmente,
y para aquellos que estaban ayer en la sesión científica, incitar
a aquel que ha intervenido sobre ese sujeto, a darse cuenta de que conviene,
justamente en esa anticipación temporal, de modular lo que es espera,
sin ninguna duda, en el animal, en ciertas circunstancias, con ese algo que
nos permite articular la decepción de esa espera como un engaño,
y el medio, diría, hasta que me convenza de lo contrario, me parece
estar constituido por una promesa.
Que el animal se haga una promesa del logro de tal o cual de sus comportamientos,
está ahí toda la cuestión para que podamos hablar de
engaño, en lugar de decepción de la espera.
Ahora, volvamos a nuestro exhibicionista. ¿Es que él se inscribe
de alguna manera en esta dialéctica de mostrar, incluso, en tanto
que ese mostrar está enlazado a las vías del Otro?. Aquí,
simplemente, puedo, a pesar de todo, hacerles observar, en la relación
exhibicionista con el Otro —voy a emplear los términos tal cual, para
hacerme comprender; no son, ciertamente, los mejores, los más literarios—,
que el Otro fuese sorprendido en su deseo cómplice —y Dios sabe que
el Otro verdaderamente lo está en la ocasión —, de eso que
pasa allí, y de eso que pasa en tanto que ruptura.
Observen que esta ruptura no es cualquiera. Es esencial que esta ruptura
sea, así, la trampa del deseo. Es una ruptura que pasa desapercibida
a lo que llamaremos, en la ocasión, la mayor parte de las veces. Y
ella es advertida en su intención, en tanto que inadvertida en otra
parte. Además, cada uno sabe que no hay verdadero exhibicionista,
salvo refinamiento por supuesto suplementario, en lo privado. Justamente,
para que eso sea, para que haya placer, es necesario que eso pase en un lugar
público.
En eso, en esta estructura, reconocemos al bacalao,
aunque venga disfrazado, y le decimos: "mi pequeño amigo, si usted
se muestra tan lejos, es porque usted tiene miedo de ponerse en contacto
con vuestro objeto. Acérquese, acérquese". Yo pregunto lo que
significa esta broma. ¿Creen Ustedes que los exhibicionistas no cogen?.
La clínica va por completo en contra de eso. Ellos hacen, en la ocasión,
de muy buenos esposos con sus mujeres, pero solamente el deseo del cual se
trata está en otra parte. Por supuesto, él exige otras condiciones;
son condiciones sobre las que conviene detenerse.
Se ve bien que esta manifestación, esta comunicación electiva
que se produce aquí con el Otro, satisface cierto deseo, en tanto
que están puestas en cierta relación, cierta manifestación
del ser y de lo real, en tanto se interesa en el cuadro simbólico
como tal. Por otra parte, está ahí la necesidad del lugar público.
Es que se esté seguro de que se está en el cuadro simbólico.
Es decir —lo hago notar para la gente que me reprocha no osar acercar el
objeto, de ceder a no sé qué miedo—, que he puesto como condición
para la satisfacción de su deseo, justamente el máximo de peligro.
Ahí aún se irá en otro sentido, sin preocuparse de la
contradicción, y uno dirá que es ese peligro lo que ellos buscan.
No es imposible.
Antes de ir tan lejos, tratemos, a pesar de todo, de observar una estructura:
a saber, que, del lado de lo que figura como objeto, a saber, el o la o los
interesados, la o las niñas sobre las que vertemos al pasar las lágrimas
de las buenas almas, ocurre que las niñas, sobre todo si son muchas,
se divierten mucho durante ese tiempo. Esto, incluso, forma parte del placer
del exhibicionista. Es una variante.
El deseo del Otro está, pues, ahí, como
elemento esencial, en tanto que es sorprendido, que es interesado más
allá del pudor, que es, en la ocasión, cómplice.
Todas las variantes son posibles.
Del otro lado, ¿que hay?. Hay algo de lo cual les he hecho ya notar
la estructura, y que he vuelto a indicar suficientemente, me parece, hace
un momento. Está, sin ninguna duda, eso que muestra, me dirán
Ustedes. Pero yo les diré que lo que muestra, en esta ocasión,
es más bien' bastante variable. Lo que muestra es más o menos
glorioso, pero lo que muestra es una redundancia, que esconde, antes que
devela, eso de lo que se trata. No hay que equivocarse sobre lo que se muestra,
siendo que testimonia de la erección de su deseo, sobre la diferencia
que hay entre aquello y el aparato de su deseo. El aparato está esencialmente
constituido por eso que he subrayado de lo advertido (aperçu) (4)
en lo inadvertido, que he llamado crudamente un pantalón que se abre
y se cierra y, para decir todo, en eso que podemos llamar la hendidura en
el deseo.
Esto es lo esencial. Y no hay erección, por más lograda que
se la suponga, que aquí supla a lo que es el elemento esencial en
la estructura de la situación, a saber, esa hendidura como tal. Es
ahí, también, donde el sujeto como tal se designa. Está
ahí lo que conviene retener para darse cuenta de lo que se trata.
Y hablando muy probablemente, lo que se trata de colmar. Volveremos más
tarde allí, pues quiero controlar esto de la fenomenología
correlativa del voyeur.
Creo poder ir más rápido ahora. Y sin
embargo, ir demasiado rápido es, como siempre, permitirnos escamotear
aquello de lo cual se trata. Es por eso que me aproximo aquí con la
misma circunspección, pues lo que es esencial, y lo que es omitido
en la pulsión escoptofílica es comenzar, también, por
la hendidura. Pues para el voyeur esta hendidura acierta a ser un elemento
de la estructura absolutamente indispensable. Y la relación de lo
advertido en lo inadvertido, por repartirse aquí diferentemente, no
deja de ser, por eso, distinta.
Además, quiero entrar en detalle. A saber que, puesto que se trata
del apoyo tomado sobre el objeto, es decir, sobre el otro en la satisfacción,
aquí, especialmente, voyeurista, lo importante es que lo que es visto
esta interesado en el asunto.
Esto forma parte del fantasma. Pues sin ninguna duda, lo que es visto puede,
muy a menudo, ser visto detrás suyo. El objeto, digamos femenino,
puesto que parece que no es por nada que sea en esta dirección que
se ejerce esta búsqueda, el objeto femenino, sin duda, no sabe que
el es visto, pero en la satisfacción del voyeur, quiero decir en lo
que soporta su deseo, hay esto que es todo en prestarse a eso, si se puede
decir, inocentemente —algo en el objeto se presta a eso en esta función
de espectáculo -, que esta allí abierta, que participa en potencia
en esta dimensión de la indiscreción; y que es en la medida
en que algo en sus gestos puede dejar sospechar que, por algún sesgo,
es capaz de ofrecerse a él que el goce del voyeur alcanza su exacto
y verdadero nivel.
La criatura sorprendida está tanto más erotizable, diría
yo, cuanto que sus gestos puedan revelársenos como ofreciéndose
a eso que llamaría los huéspedes invisibles del aire. No es
por nada que los evoco aquí. Eso se llama ángeles de la cristiandad,
a quienes la Sra. Anatole France ha tenido la frescura de implicar en este
asunto. Lean "La revuelta de los ángeles". Verán en él,
en todo caso, el vinculo muy preciso que une la dialéctica del deseo
con esta especie de virtualidad de un ojo inasible, pero siempre imaginable.
Y las referencias hechas en el libro del Conde de Cabanis, en lo que concierne
a los esponsales místicos de los hombres con los silfos y las ondinas,
no han llegado ahí por nada en el texto muy centrado en sus objetivos,
que constituye tal o cual libro de Anatole France.
Es, pues, en esta actividad donde la criatura aparece
en esa relación de secreto con ella misma, en esos gestos en que se
traiciona la permanencia del testimonio delante del cual uno no se confiesa,
que el placer del voyeur como tal esta colmado.
Es que Ustedes no ven que aquí, en los dos casos, el sujeto se reduce,
el mismo, al artificio de la hendidura como tal. Este artificio sostiene
su lugar y lo muestra efectivamente reducido a la miserable función
que es la saya. Pero es de él de lo que se trata, en tanto que está
en el fantasma, es la hendidura.
La cuestión de la relación de esta hendidura con eso que hay
de más insoportable simbólicamente, según nuestra experiencia,
a saber, la forma que responde ahí en el lugar del sexo femenino,
es otra cuestión que dejamos aquí abierta para el futuro. Pero
ahora retomemos el conjunto, y partamos de la célebre metáfora
poética del "yo me veía verme" de la Joven Parca.
Está muy claro que ese sueño de perfecta clausura, de suficiencia
acabada, no es realizada en ningún deseo, sino en el deseo sobrehumano
de la virgen poética. Es en tanto que él se pone en el lugar
del "yo me vela", que el voyeur y el exhibicionista se introducen en la situación
que es, justamente, una situación donde el otro no ve el "yo me veía"
una situación de goce inconsciente del otro. El otro, en cierto modo,
es aquí decapitado de la parte tercera. No sabe que está en
potencia de ser visto. No sabe lo que representa el hecho de que sea sacudido
con lo que él ve, es decir, del objeto inhabitual que el exhibicionista
le presenta, y que no produce su efecto sobre este otro, sino en tanto que
es efectivamente el objeto de su deseo, pero que no lo reconoce en ese momento.
Se establece, pues, la distribución de una
doble ignorancia, pues si el otro no realiza en ese nivel, en tanto que otro,
lo que se supone que realice en el espíritu de aquel que se exhibe,
o de aquel que se ve como manifestación posible del deseo. Inversamente,
en su deseo, aquel que se exhibe o que se ve, no realiza la función
del corte que lo abole en su automatismo clandestino, que lo aplasta en un
momento del cual no reconoce, absolutamente, la espontaneidad, en tanto que
ella designa lo que se dice allí como tal, y que es allí, en
su apogeo (acmé) conocido, aunque presente, pero suspendido.
El no conoce sino esta maniobra de animal vergonzoso, esta maniobra oblicua,
esta maniobra que lo expone a los puñetazos. Sin embargo, esta hendidura,
bajo cualquier forma que se presente, postigo o telescopio o no importa que
pantalla, esta hendidura, es ahí lo que lo hace entrar en el deseo
del Otro. Esta hendidura es la hendidura simbólica de un misterio
más profundo que es aquel que se trata de elucidar, a saber, su lugar
en cierto nivel del inconsciente, que nos permita situar al perverso, en
ese nivel, como en cierta relación con el Otro.
Es la estructura del deseo como tal, pues es el deseo del Otro como tal,
reproduciendo la estructura del suyo, que él apunta.
La solución perversa, en este problema de la situación del
sujeto con el fantasma, es justamente asta: La de apuntar al deseo del Otro,
y creer ver allí un objeto.
Es una hora bastante avanzada. Me detengo ahí.
Es también un corte. El, simplemente, tiene el defecto de ser arbitrario.
Quiero decir, de no permitirme mostrarles la originalidad de esta solución,
en relación a la solución neurótica. Sepan, simplemente,
que esta ahí el interés de aproximarlas, y a partir de ese
fantasma fundamental del perverso, hacerles ver la función que juega
el sujeto del neurótico, en su fantasma, con él. Felizmente,
ya lo he indicado hace poco. El se desea deseante, les he dicho. ¿Y
por que, entonces, no puede desear? ¿Que falla de tal manera que desea?.
Cada uno sabe que hay algo interesado allí dentro, que es, hablando
propiamente, el falo. Pues después de todo, hasta el presente han
podido ver que he dejado reservada en esta economía, la intervención
del falo, ese bueno viejo velo de otras veces.
En dos ocasiones, al retomar el complejo de Edipo el último año,
y en mi artículo sobre las psicosis, yo se los he mostrado como ligado
a la metáfora paterna, a saber, como viniendo a dar al sujeto un significado.
Pero es imposible reintroducirlo en la dialéctica de la que se trata,
si no les planteaba primero este elemento de estructura por el cual el fantasma
es constituido en algo de lo cual voy a pedirles, en un último esfuerzo,
admitir, dejando hoy, por otra parte, el simbolismo.
Quiero decir que, de ahora en adelante, el S en el fantasma, en tanto que
confrontado y opuesto a ese a del cual Ustedes han comprendido bien que era
más complicado que las tres formas que les he dado primero como aproximación,
ya que aquí el a es el deseo del Otro, en el caso que represento.
Ustedes ven, pues, que todas las formas del corte,
comprendido en eso, justamente, aquellas que reflejan el corte del sujeto,
están subrayadas. Yo les pido admitir la nota siguiente. Me permito,
incluso, lo ridículo, referirme a una nota de (falta en el original)
en lo que concierne a los imaginarios. Los he dejado al borde del "No Uno"
(pas un) en este desvanecimiento del sujeto. Es en este No Uno, e incluso
en ese "como No Uno", en tanto que es él quien nos da la abertura
sobre la unicidad del sujeto, que retomaré las cosas la próxima
vez. Pero si les pido anotarlos de este modo es, justamente, porque Ustedes
no veían en eso la forma más general y al mismo tiempo más
confusa de la negación
Si es tan difícil hablar de la negación, es que nadie sabe
lo que es. Sin embargo, ya les he indicado al inicio de este año,
la abertura de la diferencia que hay entre forclusión y discordancia.
Por ahora, les indico bajo una forma cerrada, simbólica pero justamente
a causa de eso, decisiva, otra forma de esta negación. Es algo que
sitúa al sujeto en otro orden de grandeza.
NOTA DEL TRADUCTOR
(1)Habla de lo contable, como en español "contante
y sonante" para el dinero en efectivo. Comptant (contante), contente (contento).
Juego de palabras; en francés de similar pronunciación.
(2) Español: "al contado", evocando el "al instante".
(3) En inglés en el origina (flitera)
(4) Aperçu: Ojeada.