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EL ACTO PSICOANALÍTICO
SEMINÁRI0 15

JACQUES LACAN
Clase 9. del 7 de Febrero de 1968


Después de 15 días retomo esta secuencia relativa al acto psicoanalítico que expongo ante ustedes, este año, paralela a cierto número de propuestas, para emplear el término apropiado, que propuse ante un círculo de psicoanalistas.

Estas propuestas, que por otra parte no se limitan a las que se titulan como tales, que son seguidas por otras producciónes, digamos, puesto que va a aparecer a fin de este mes una revista que será la revista de la Escuela, todo esto tiene por resultado un cierto número de respuestas o manifestaciones que ciertamente no dejan de tener interés para aquellos a los que me dirijo.

Queda claro que algunas de esas respuestas, algunas de esas reacciónes, por producirse en el punto medular en que mis propuestas son consecuentes con lo que produzco ante ustedes sobre el acto psicoanalítico, se hallan ciertamente plenas de sentido para definir el estatuto del psicoanalista a través de una prueba que bien se puede llamar crucial.

En efecto, la última vez, los dejé indicándoles una referencia lógica. Es seguro que en el punto en que estamos, que es aquel donde el acto definió por su corte el pasaje donde se instaura, donde se instituye el psicoanalista, es muy claro que sólo podemos volver a pasar por el modo de prueba que constituye para nosotros una interrogación lógica.

¿Será para tomar la referencia inaugural de Aristóteles en el momento en que, como lo evocaba, da los pasos decisivos de donde se instaura como tal la categoría lógica en su especie formal?. ¿Se trata de un avance de intención demostrativa o dialéctica?. Como van a ver la pregunta es secundaria.

¿Por qué es secundaria?. Porque eso de lo que se trata se instaura por el discurso mismo, a saber que todo lo que podemos formular concerniente al psicoanalizante y al psicoanalista va a girar, y no creo sorprenderlos enunciándolo como voy a hacerlo, ya lo preparé lo suficiente como para que ahora la cosa les parezca ya dicha, alrededor de esto: ¿cómo cuestionar que el psicoanalizante, en situación en el discurso, esté en el lugar del sujeto?. Desde cualquier referencia que nos armemos para situarlo, y naturalmente en primer plano la referencia lingüística, es esencialmente él que habla y sobre él que se experimentan los efectos de la palabra.

¿Qué quiere decir "sobre él que se experimentan"?. La formula es expresamente ambigüa. Quiero decir que su discurso, tal como está reglado, tal como está instituido por la regla analítica, está hecho para probar que, como sujeto, él está de aquí en adelante constituido por los efectos de la palabra. Y sin embargo, también es cierto que ese discurso mismo tal como va a continuarse, sostenerse como tarea, encuentra su sanción, su balance, su resultado como efecto de discurso y ante todo de ese mismo discurso, cualquiera que sea la inserción que tome el analista por su interpretación.

Inversamente, tenemos que darnos cuenta que la cuestión siempre actual, incluso candente a veces, se dirige sobre el psicoanalista, digamos para ir prudentemente, para ir al mínimo, que es por eso que el término "psicoanalista" está en posición de calificación: ¿quién, qué puede ser dicho  —predicado— psicoanalista?.

Seguramente, si esta entrada en tema podía parecer hasta un poco rápida, será, si quieren, por un ángulo por el que se justificara, si es de este modo que, yendo al meollo, anuncio bajo qué rotulo, bajo qué rúbrica quiero poner hoy mi discurso. Ustedes pueden tenerme confianza: no es sin haber contactado, al respecto, si puedo decir, con lo que hay de esclarecedor en la historia misma de la lógica, en la forma en que, de algún modo en nuestra época báscula de tal modo el manejo de lo que se designa por ese término como lógica, de una forma que nos hace verdaderamente, no diría cada vez más difícil, pero nos deja a nosotros mismos cada vez más desconcertados ante el punto de partida de Aristóteles.

Hay que remitirse a su texto, especialmente el Organon, quiero decir a nivel de las Categorías por ejemplo, o de los primeros Analíticos, o el primer libro de los Tópicos, para darnos cuenta hasta qué punto se aproxima a nuestra problemática la temática del sujeto tal como él la enuncia dado que, ciertamente, desde ese primer enunciado, nada podría aclararnos más sobre lo que se substrae por excelencia, a nivel de ese sujeto y por su naturaleza, nada que, al comienzo mismo de la lógica esté más firmemente afirmado como distinguiéndose de lo que se traduce, seguramente muy insuficientemente como substancia: la ousia, traducida como "la substancia" muestra bien que se trata de un deslizamiento abusivo, en el curso del tiempo, de la función del sujeto en sus primeros pasos aristotélicos, el que haya sido tan fácilmente emitido el término "substancia". que viene a hacer equívoco con lo que el término sujeto implica de suposición. Nada en la ousia, en lo que para Aristóteles es lo individual, es de naturaleza tal como para poder ser ubicado en el sujeto, ni afirmado, es decir, atribuido al sujeto.

Y qué otra cosa puede estar más encaminada a hacernos saltar a pies juntillas en la fórmula en la que creí poder testimoniar en todo su rigor ese punto verdaderamente clave, verdaderamente central de la historia de la lógica, aquel donde, por haberse oscurecido por una ambigüedad creciente, el sujeto encuentra en los pasos de la lógica moderna esa otra cara, una especie de hito que hace bascular, si se puede decir, la perspectiva, la que en la lógica matemática, tiende a reducirlo a la variable de una función es decir a algo que va a entrar enseguida en la dialéctica del cuantificador, que no tienen otro efecto que hacerlo irrecuperable en lo sucesivo bajo el modo en que se manifiesta en la proposición El término "momento crucial" me parece bastante bien fijado en la fórmula que creí tener que dar diciendo que el sujeto es muy precisamente lo que un significante representa para otro significante. Esta fórmula tiene la ventaja de volver a abrir lo que estaba eludido en la proposición de la lógica matemática, a saber la cuestión de lo que hay de inicial, de iniciante planteando un significante cualquiera, introduciéndolo como representante del sujeto, porque está allí —y desde Aristóteles— lo que hay de esencial y lo único que permite ubicar en su justo lugar la diferencia de esta primera bipartición, la que diferencia lo universal de lo particular, de esta segunda bipartición, la que afirma o niega, una y otra, como ustedes saben, volviendo a cruzarse para dar la cuatripartición de la afirmativa universal, de la universal negativa, de la particular negativa y afirmativa por turno.

Las dos biparticiones no tienen equivalencia. ¿Qué significa la introducción del sujeto en tanto que es a su nivel que se sitúa la bipartición del universal y del particular?. ¿Que quiere decir, para tomar las cosas como alguien que como Peircé, Charles-Sanders, se encontró en ese punto histórico, en ese nivel de unión de la lógica tradicional a la lógica matemática que hace que, de algún modo, encontremos bajo su pluma ese momento de oscilación donde se dibuja el momento crucial que abre un nuevo camino? Nadie más que él —y ya presenté su testimonio en 1960 cuando hablé del tema de la identificación— ha subrayado mejor, ni con mayor elegancia, cuál es la esencia de esta fundación de donde sale la distinción de lo universal y lo particular y el lazo universal al término del sujeto.

Lo hizo a través de un pequeño trazado ejemplar que conocen bien los que me han seguido desde hace ya un cierto tiempo pero que no deja de ser interesante repetir.

  

Por supuesto, él se da la posibilidad de dar como soporte del sujeto lo que verdaderamente hay de él, a saber en este caso nada, la raya.

Ninguna de esas rayas, que vamos a tomar para ejemplificar lo que hay de la función relación del sujeto al predicado, ninguna de estas rayas esta ya especificada por el predicado alrededor del cual vamos a hacer girar los enunciados de nuestra proposición, a saber el predicado vertical (arriba a la izquierda).

Acá (abajo a la izquierda), vamos a poner las rayas que responden al predicado: son rayas verticales y otras que no lo son.

(Abajo a la derecha) acá ninguna lo es.

Acá (arriba a la derecha), no hay rayas. En cualquier otra parte las rayas están enmascaradas por la presencia o ausencia del predicado.

Pero, para captar bien en que es esencial el "no rayas" hay muchos métodos, aunque más no sea instaurar el enunciado de la afirmativa universal por ejemplo así: "no hay raya que no sea vertical". Y verán que será el hacer funcionar el "no" sobre el "vertical" o el retirarlo lo que les permitirá hacer la bipartición afirmativa o negativa, pero es suprimiendo el "no" ante la raya, dejando "la raya que es o no vertical" como entran en el particular, es decir el momento en que el sujeto está completamente sometido a la variación del vertical o el no vertical, hay quienes lo son, hay quienes no lo son.

Pero el estatuto de la universalidad sólo se instaura acá, por ejemplo, (la llave de arriba) por la reunión de dos casillas, a saber aquella donde sólo hay rayas verticales y además aquella donde no hay rayas, porque el enunciado de lo universal que dice "todas las rayas son verticales" sólo se sustenta legítimamente en la reunión de esas dos casillas.

Es también cierto, es más esencialmente cierto, a nivel de la casilla vacía que, "solo hay rayas verticales" quiere decir que, allí donde no hay verticales no hay rayas.

Tal es la definición válida del sujeto en tanto que, bajo toda enunciación predicativa, es esencialmente ese algo que sólo es representado por un significante para otro significante

Sólo voy a mencionar rápidamente, porque no podemos pasar todo nuestro discurso insistiendo en lo que podemos extraer del esquema de Peircé. Está claro que es también de la reunión de esas dos casillas (llave a la derecha) que el enunciado "ninguna raya es vertical" toma su soporte. Es por lo que es necesario que yo acentúe en que se demuestra (lo que por supuesto ya se sabe si se lee a Aristóteles en forma conveniente) que la afirmativa universal y la negativa universal no se contradicen que son las dos igualmente válidas a condición de que estemos en esa casilla arriba a la derecha, y que también es cierto a nivel de esa casilla que al enunciar "todas las rayas son verticales" o "ninguna raya es vertical", las dos cosas juntas son verdaderas. Lo que curiosamente Aristóteles desconoce.

En los otros puntos de la división crucial tienen la instauración de los particulares. En estas dos casillas (llave de la izquierda) hay rayas verticales. Y en la unión de las dos casillas inferiores (llave de abajo) hay rayas que no lo son y nada más.

Por lo tanto ven que a nivel del fundamento universal las cosas se sitúan de una forma que, si puedo decir, implican una exclusión, precisamente la de esta diversidad (casilla abajo a la izquierda) Y asimismo, a nivel de la diferenciación particular hay una exclusión, la de la casilla que está arriba a la derecha. Es lo que da la ilusión de que lo particular es una afirmación de existencia. Basta con hablar a nivel de "algún", algún hombre por ejemplo, de color amarillo para implicar lo que de ese hecho se enuncia bajo la forma particular que habría de ese hecho, si me atrevo a decirlo así, debido a esa enunciación, afinación también de la existencia del particular. Es precisamente alrededor de esto que han girado innumerables debates sobre el tema del estatuto lógico de la proposición particular y es lo que seguramente hace lo irrisorio, porque no basta con que una proposición se enuncie a nivel de lo particular para implicar de alguna forma la existencia del sujeto salvo en nombre de un ordenamiento significante, es decir como efecto del discurso.

El interés del psicoanálisis es que aporta lógica a esos problemas como nunca pudo ser hecho hasta el presente, lo que en suma estaba al principio de todas las ambigüedades que se desarrollaron en la historia de la lógica, por implicar en el sujeto una (ousia), un ser; que el sujeto pueda funcionar como no siendo es propiamente,  lo he articulado e insisto desde principio de año y ya desde el año pasado,  lo que nos aporta la abertura luminosa gracias a lo cual podría reabrirse un examen del desarrollo de la lógica. Todavía esta abierta la tarea (y quién sabe, quizás enunciándola así provocaré una vocación) que nos mostraría lo que verdaderamente significan tantos rodeos, diría tantos obstáculos, a veces tan singulares y tan paradojales al manifestarse en el curso de la historia, que son los que han marcado los debates lógicos a través de los tiempos y que hacen tan incomprensible, visto desde una cierta época, al menos la nuestra, la época que a veces han tomado y lo que nos parece durante largo tiempo constituido por estancamientos, incluso pasiones alrededor de esos estancamientos, cuyo alcance apreciamos mal en tanto que no vemos lo que estaba verdaderamente en juego detrás, a saber nada menos que el estatuto del deseo cuyo vinculo con la política por ejemplo, por ser secreto, es apreciable en el hito por ejemplo que constituyó la instauración en una filosofía, la filosofía inglesa especialmente, de cierto nominalismo; imposible comprender la coherencia de esta lógica con una politice sin darse cuenta de lo que la lógica misma implica del estatuto del sujeto y de referencia a la efectividad del deseo en las relaciones políticas.

En cuanto a nosotros, para quienes este estatuto del sujeto está ilustrado por cuestiones que como marqué transcurren todavía en un medio muy limitado, incluso muy pequeño y marcado por discusiones cuya pregnancia, cuyo carácter candente participa, diría, de esas antiguas subyacencias, de lo que, en este caso, tomamos ejemplo, lo que podemos articular al respecto, es que eso puede, como van a ver, tener incidencia en un dominio mucho más vasto, en tanto que no es ciertamente más que en la práctica que gira alrededor de la función del deseo, en tanto que el análisis lo ha descubierto, que se juega la cuestión.

He aquí pues al psicoanalizarte y al psicoanalista ubicados por nosotros en esas posiciones distintas que son respectivamente: cual va a ser el estatuto de un sujeto que se definió por ese discurso, del que les dije la última vez que se instituye por la regla especialmente en que al sujeto se le pide abdicar allí, que es este el objetivo de la regía y que, encomendándose a la deriva del lenguaje, irá a tentar hasta el limite, como decía recién, por una especie de experiencia inmediata por su puro efecto, a alcanzar los efectos ya establecidos.

A un sujeto semejante, un sujeto definido como efecto del discurso hasta el punto de hacer la prueba de perderse y reencontrarse, a un sujeto semejante cuyo ejercicio es, de algún modo, ponerse a prueba por su propia dimisión, ¿cuándo podemos decir que se le aplica un predicado?. Dicho de otro modo, ¿podemos enunciar algo de la rúbrica del universal? Si el universal no nos mostrara ya en su estructura que encuentra su resorte, su fundamento en el sujeto en tanto que sólo puede ser representado por su ausencia, es decir en tanto que nunca es más que representado, tendríamos ciertamente el derecho de plantear la pregunta de si algo pudo enunciarse del orden de "todo psicoanalizante resiste".

Sin embargo todavía no voy a dilucidar si algo universal, no lo descartamos a pesar de la apariencia, podría ser enunciado del psicoanalizarte, más que enunciar al psicoanalizarte como ese sujeto que eligió hacerse, si se puede decir, más alienado que otro, encomendarse únicamente a los rodeos de un discurso no elegido, a saber ese algo que más se opone a lo que está acá (en el esquema) al principio, a saber que es por supuesto sobre una elección, pero una elección enmascarada, eludida porque anteriormente se ha elegido representar al sujeto por la raya; Por esa raya en la que no se ve por más calificada que sea en lo sucesivo, nada más opuesto en apariencia a eso en lo que se constituye el psicoanalizante, que es a pesar de todo por una cierta elección, esa elección que llamé recién abdicación, la elección de probarse a los efectos del lenguaje; y es precisamente allí donde vamos a volver a encontrarnos.

En efecto si seguimos el hilo, la trama que nos sugiere el uso del silogismo, a lo que tenemos que llegar, es a algo que, a ese "sujeto" va a enlazarlo con lo que acá se presenta como predicado, el psicoanalista; si existe un psicoanalista —y lamentablemente, es lo que nos falta para soportar esta articulación lógica— todo está asegurado: puede haber un montón más.

Pero por el momento, para nosotros la cuestión es cómo el psicoanalizante puede pasar a psicoanalista, cómo es que, del modo más fundamentado, esta calificación sólo se soporta en la tarea consumada por el psicoanalizante; vemos abrirse acá otra dimensión, que es la que intenté perfilar ante ustedes, la de la conjunción del acto y la tarea; ¿cómo se conjugan los dos?. Nos encontramos aquí frente a otra forma de lo que ha hecho problema y terminó por articularse en la Edad Media —no en balde— inventio medii, de donde parte ese paso admirablemente alegre que es el de los primeros Analíticos, dice Aristóteles, a saber de la primera figura del término medio, de ese término medio del que nos explica que ubicándolo como predicado nos permite unir de una forma racional ese sujeto evanescente a algo que sería un predicado por el término medio; esa conjunción es posible. ¿Dónde está el misterio? Cómo puede ser que parezca que existe algo que es un término medio y que aparezca en la primera figura como predicado de la mayor donde nos espera el sujeto, como sujeto de la menor que va a permitirnos volver a enganchar al predicado en cuestión. ¿Es o no atribuible al sujeto?.

A esto que, con la perspectiva del tiempo ha pasado por diversos colores, que pareció en la curva del siglo XVI un ejercicio, que no es equívoco que se lo vea bajo la pluma de otros autores como un ejercicio puramente fútil, le volvemos a dar cuerpo al darnos cuenta de qué se trata.

Se trata de lo que yo llamé el objeto (a) que es para nosotros el verdadero término medio que se propone ciertamente, además como incomparablemente serio, por ser el efecto del discurso del psicoanalizarte y por otra parte —como lo enuncié en el nuevo grafo del que ustedes me ven hacer uso desde hace dos años, no como lo que deviene el psicoanalista— como lo que está al principio implicado por toda la operación, como lo que debe ser el saldo de la operación psicoanalizarte, como lo que libera lo que hay de una verdad fundamental, el fin del psicoanálisis, a saber la desigualdad del sujeto a toda subjetivación posible de su realidad sexual y la exigencia de que, para que esta verdad aparezca, el psicoanalista sea ya la representación de lo que enmascara, obtura, tapona esta verdad y que se llama el objeto (a).

En efecto observen que lo esencial de lo que yo articulo acá —y retomaré muchas veces— no es que al término del psicoanálisis, como algunos se imaginan (lo vi en las preguntas planteadas), el psicoanalista deviene para el otro el objeto (a) —ese "para el otro" toma acá el valor de un "para si"— tanto que justamente, como sujeto no hay más otro que ese otro a quien se deja todo el discurso -no es ni para el otro, ni en un para sí que no existe a nivel del psicoanalista, que reside ese (a); es precisamente un en sí del psicoanalista, es, como por otra parte lo claman los mismos psicoanalistas (basta con abrir la literatura para tener la prueba a cada momento) en tanto que son realmente ese seno del "oh mi madre Inteligencia" (Mallarmé II ), que son ellos mismos ese desecho presidiendo la operación de la tarea, que son la mirada, que son la voz, en tanto que son en s! el soporte de ese objeto (a), que toda la operación es posible. Sólo se les escapa una cosa, hasta qué punto esto no es metafórico.

Tratemos ahora de retomar qué pasa con el psicoanalizarte. Ese psicoanalizarte que se embarca en esta tarea singular, esta tarea que he calificado como soportada por su abdicación, no sentimos acaso acá que hay algo esclarecedor si no puede ser tomado quizás, o si lo puede, no lo sabemos, bajo la función universal, hay quizás otra cosa que nos va a impactar, es que no sin intención lo hemos planteado como sujeto; eso quiere decir que el sentido de esa palabra "el psicoanalizante", cuando lo articulamos a nivel del sujeto, en tanto que es él que se juega todos sus colores tomados como los de la morena en la bandeja del rico Romain, no puede ser puesto en uso más que cambiando de sentido como atributo. La prueba es que cuando uno se vale de él como atributo, uno se vale tan estúpidamente como es posible del término "psicoanalizado", pero uno no dice "estos" o "aquellos" o "todos esos" o "todos aquellos" son psicoanalizantes. Se dan cuenta que yo no utilicé término singular. Eso seria todavía más escandaloso. Pero dejamos el singular de lado, experimentando al respecto la misma repugnancia que hizo que Aristóteles no empleara términos singulares en su Silogística.

Si ustedes no sienten inmediatamente hacia dónde apunto a propósito de esta sensible puesta a prueba del uso del término "psicoanalizante" como sujeto o atributo, se los voy a hacer sentir. Empleen el término "el trabajador" tal como se sitúa en la perspectiva de "¡Trabajadores de todos los países, uníos!", a saber a nivel de la ideología que destaca y pone el acento sobre su alienación esencial, sobre la explotación constituyente que los plantea como trabajadores, y opóngalo con el uso del mismo término en la boca paternalista, la que califica a una población de "trabajadora": "son trabajadores por naturaleza en ese lugar", son atributos, "buenos trabajadores". Esta distinción es la que tal vez va a introducirlos a algo que nos hará quizás preguntarnos después de todo, ¿a qué viene esta operación tan singular que es donde, como se los he dicho, se soporta el sujeto del acto psicoanalítico?. Sobre el principio de que el acto de donde se instaura el psicoanálisis parte de otra parte, podemos llegar a darnos cuenta que hay, también allí, una especie de alienación, y después de todo, no se van a sorprender puesto que ya estaba presente en mi primer esquema, que es la alienación necesaria y donde es imposible elegir entre el "o no pienso o no soy" del que hice derivar toda la primera formulación del acto psicoanalítico.

Pero entonces, quizás así, lateralmente, proponiendo una forma así, heurística de introducirlos, podrían ustedes preguntarse- yo me lo pregunto porque la respuesta ya está allí por supuesto- ¿qué es lo que produce esta tarea psicoanalizarte?. Ya tenemos para guiarnos al objeto (a), ya que si, al término del psicoanálisis terminado, ese objeto (a) que sin duda esta allí desde siempre, a nivel del acto psicoanalítico no es sin embargo más que al término de la operación que va a reaparecer en lo real por otra fuente, a saber como arrojado por el psicoanalizarte; pero es allí que funciona nuestro término medio, que lo encontramos cargado con un acento distinto. Ese (a) en cuestión, lo hemos dicho, es el psicoanalista, y no es porque el esta allá desde el principio, desde el punto de vista de la tarea esta vez psicoanalizarte, que no sea el quien es producido al fin, quiero decir, que uno puede preguntarse cuál es la calificación del psicoanalista; en todo caso hay una cosa cierta, es que no hay psicoanalista sin psicoanalizarte; y diría más: eso que es tan singular que haya entrado en el campo de nuestro mundo, a saber que haya un cierto número de gente de los que no estamos demasiado seguros de poder instaurar su estatuto como sujeto, y que sin embargo son personas que trabajan en este psicoanálisis, el término trabajo nunca fue excluido, desde el origen del psicoanálisis, el Durcharbeiten, el working-through, es precisamente ésta la carácterística a la que tenemos que referirnos para admitir la aridez, la sequedad, el rodeo, incluso la incertidumbre de sus bordes; pero si nos ubicamos a ese nivel por una omnitud donde todos los sujetos se afirman francamente en su universalidad de no ser más y estar en la casilla de arriba a la derecha, para fundar el universal, lo que vemos, es que seguramente hay algo que es el producto e incluso la producción. Ya puedo abrochar acá lo que hay de ese género, de esta especie- el psicoanalista- definiéndolo como producción. Si no hubiera psicoanalizarte, diría, al modo de un clásico humorismo que yo invierto (si no hubiera polacos no existiría Polonia), si no hubiera psicoanalizante no habría psicoanalista. Y el psicoanalista se define en ese nivel de la producción por lo siguiente: ser esa clase de sujeto que puede abordar las consecuencias del discurso de una forma tan pura como para poder aislar el plano en sus relaciones con el que, por su acto, instaura la tarea y el programa de esa tarea, y durante todo el sostén de esa tarea, no ver allí más que sus relaciones, que son las que yo designo cuando manejo toda esta álgebra: el $, el (a), incluso el (A) y el i (a), el que es capaz de sostenerse en ese nivel, es decir, no ver más que el punto donde está el sujeto en esta tarea cuyo fin es cuando cae al último término lo que es el objeto (a). El que es de esta especie, y esto quiere decir, el que es capaz en la relación con alguien que está allí en posición de cura, de no dejarse afectar por todo lo que resulta en virtud de lo que comunica todo ser humano en cualquier función con su semejante. Y esto tiene un nombre, que no es simplemente como lo denuncio siempre, a saber el narcisismo hasta su término extremo que se llama el amor, no hay sólo narcisismo ni felizmente sólo amor entre los seres humanos, para llamarlo como se lo llama. Está eso que alguien que sabía hablar del amor ha distinguido felizmente está la afición, está la estima; la afición es una vertiente, y quizás la estima no sea igual, eso se conjuga admirablemente. Está fundamentalmente esa cosa que se llama el "tú me agradas" y que está hecha esencialmente de esa dosis, de lo que hace que, en una proporción exacta e irremplazable cuya relación ustedes pueden poner en la casilla de abajo a la izquierda (ver esquema), el soporte que toma el sujeto del (a) y de ese i(a) que funda la relación narcisística resuene, y para ustedes exactamente, lo que hace que eso les agrade. Es precisamente de esto, que es el hueso y la carne de todo lo que se articuló siempre del orden de lo que en nuestra época se trata de matematizar de una forma graciosa baja el nombre de relaciones humanas, es precisamente de eso de lo que se distingue el analista no recurriendo nunca, en su relación en el interior del psicoanálisis, a ese inexpresable, a ese término que sólo da el soporte a la realidad del otro, que es el "tú me agradas" o "tú me desagradas".

La extracción, la ausencia de esta dimensión, y justamente por el hecho de que haya un ser-  ser psicoanalista- que pueda hacer girar, por estar él mismo en posición de (a), todo eso de lo que se trata en la suerte del sujeto psicoanalizarte, a saber su relación, la suya, a la verdad, por hacerlo girar simplemente alrededor de esos términos por un álgebra que no concierne en nada a una multitud de dimensiones existentes y más que admisibles, una multitud de datos, una multitud de elementos sustanciales en lo que allí está en juego, en ese lugar y respirando sobre el diván, he aquí lo que es la producción totalmente comparable a la de tal o cual máquina que circula en nuestro mundo científico y que es propiamente hablando la producción del psicoanalizarte.

¡He aquí algo original!. He aquí sin embargo algo que es bastante notable. He aquí algo que no es tan nuevo aunque se haya articulado de una forma que puede parecerles impactante, porque ¿qué es lo que quiere decir cuando se le pide al psicoanalista no hacer jugar en el análisis lo que se llama contratransferencia?. Los desafío a darle otro sentido que este: que no coloque allí ni el "tú me agradas" ni el "tú me desagradas", después de haberlos definido como lo hice.

Pero entonces queda en pie la pregunta: después de haberles en este punto, si puedo decir, transformado el objeto (a) en una producción de la cadena del psicoanalista, se produce (a) como un Austin, ¿qué puede querer decir el acto psicoanalítico si, en efecto, el acto psicoanalítico es a pesar de todo el psicoanalista quien lo comete?.

Esto evidentemente quiere decir que el psicoanalista no es todo objeto (a), él opera en tanto que objeto (a). Creo que ya he articulado bastante hasta el presente el acto en cuestión para poder retomarlo sin más comentarios, el acto que consiste en autorizar la tarea psicoanalizarte con lo que implica de fe hecha en el sujeto supuesto saber, la cosa era bien simple mientras yo no habla denunciado que esa fe era insostenible y que el psicoanalista es el primero —y hasta ahora el único— que puede medirlo (todavía no está hecho) gracias a lo que yo enseño, hace falta que él sepa que: 1) el sujeto supuesto saber, es justamente sobre lo que él se apoyaba, a saber la transferencia considerada como un don del cielo, pero que también, a partir del momento en que se comprueba que la transferencia es el sujeto supuesto saber, él, el psicoanalista es el único que puede poner esto en cuestión, es que, si esta suposición es en efecto muy útil para embarcarse en la tarea psicoanalítica, a saber que hay un —llámenlo como quieran, el omnisciente, el Otro— que ya sabe todo eso, todo lo que va a pasar, por supuesto no el analista pero hay uno, uno puede jugarse. El analista no sabe si hay un sujeto supuesto saber y sabe incluso que de lo que se trata en el psicoanálisis, en virtud de la existencia del inconsciente, consiste precisamente en borrar del mapa esa función del sujeto supuesto saber.

Es pues un acto de fé singular que se afirme dar fe precisamente a lo que está puesto en cuestión, puesto que simplemente embarcando al psicoanalizante en su tarea se profiere este acto de fe, es decir se lo salva No ven acá algo que viene a recubrir singularmente cierta querella, de esas cosas que han perdido un poco de su relieve hasta el punto de que ahora todo el mundo se caga en eso - en el último centenario de Lutero, hubo según parece una postal del Papa "¡Recuerdos de Roma!" —¿qué es lo que salva la fe o las obras? Quizás vean acá un esquema donde las dos cosas se unen; de la obra psicoanalizarte a la fe psicoanalítica, algo se anuda que quizás pueda permitirles aclarar retrospectivamente la validez y el orden disimétrico donde se planteaban estas dos fórmulas de salvación por la una o por la otra.

Pero sin duda les parecerá más interesante —al menos lo espero— ver despuntar al fin de este discurso algo que debo decir, es una sorpresa hasta para mí.

Si es cierto que, en el campo del acto psicoanalítico, lo que produce el psicoanalizarte es al psicoanalista; y si reflexionan en esta pequeña referencia que tome al pasar alrededor de la esencia, de la conciencia universal del trabajador en tanto que sujeto de la explotación del hombre por e hombre, acaso focalizar toda la atención concerniente a la explotación económica sobre la alienación del producto del trabajo no es enmascarar algo en la alienación constituyendo una explotación economice, no es enmascarar una faz, y quizás no sin motivo, la faz que seria más cruel y a la que quizás cierto numero de hechos políticos dan verosimilitud ¿por qué no preguntarnos si, en un cierto grado de la organización de la producción precisamente no aparecerla que el producto del trabajador, bajo ciertos aspectos, no es justamente la forma singular. la cara que toma en nuestros días el capitalista?, Quiero decir que siguiendo el hilo y viendo a partir de allí la función de la vía capitalista, tomen algunas pequeñas referencias en lo que les indico sobre el sujeto del acto psicoanalítico y consérvenlas al margen en sus cabezas, en los temas por donde voy a continuar mi discurso.

Los espero dentro de quince días.



Texto traduzido pela equipe da Escola Freudiana de Buenos Aires. Modificações e notas em português de Luiz-Olyntho Telles da Silva.