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EL ACTO PSICOANALÍTICO
SEMINÁRI0 15
JACQUES LACAN
Clase 6.
del 17 de Enero de 1968
Hablando del acto analítico tengo dos ambiciones, si se puede decir:
una larga y otra corta y forzosamente la corta es la mejor. La larga, que
no puede ser descartada, es aclarar lo que hay del acto. La corta es saber
que es el acto del psicoanalista. Ya en algunos escritos anteriores he hablado
del psicoanalista, no del como contracción de el psicoanalista,
dije que sólo partía de que hay psicoanalista. La cuestión
de saber si hay el psicoanalista no es de todas formas como para dejar
en suspenso, se trata de saber de qué modo hay un psicoanalista, que
es una cuestión que se plantea más o menos en los mismos términos
que lo que se llama en lógica la cuestión de la existencia.
El acto psicoanalítico, si es que es un acto, y de eso hemos partido
desde el año pasado, es algo que nos plantea la cuestión de
articularlo, de decirlo, lo que es legitimo y yendo más lejos, lo que
implica consecuencias de acto en tanto que el acto mismo es por su propia
dimensión un decir. El acto dice algo, de eso hemos partido.
Esta dimensión ha sido percibida desde siempre; está presente
en el hecho, en la experiencia. Basta con evocar por un momento fórmulas,
fórmulas pregnantes, fórmulas que han actuado, como la de actuar
según su conciencia para pescar de que se trata. Actuar según
su conciencia, tenemos acá una especie de punto medio alrededor
del cual se puede decir que ha girado la historia del acto o que se podría
tomar como punto de partida para centrarlo, actuar según su conciencia,
por qué? y ante quién?.
Ya no es eliminable la dimensión del Otro en tanto que el acto viene
allí a testimoniar algo. Quiere esto decir que está allí
el verdadero punto crucial, el centro de gravedad? Podemos siquiera por un
instante sostenerlo desde donde estamos, es decir desde donde la conciencia
como tal es puesta en cuestión, puesta en cuestión en la medida
que puede dar a qué? Ciertamente no al saber; tampoco a la verdad.
Es de acá que volvemos a partir tomando la medida de lo que todavía
no está para nada definido, para nada circunscripto verdaderamente,
de lo que simplemente hemos introducido, ni siquiera supuesto, del acto psicoanalítico
para volver a interrogar ese punto de equilibrio alrededor del que se plantea
la cuestión de lo que es el acto.
Sabemos que hay en el horizonte un rumor, un rumor que viene de lejos, desde
las épocas llamadas clásicas, o también la antigüedad,
donde ciertamente sabemos que en todo lo que se dijo sobre el tema del acto
ejemplar, del acto meritorio, del plutarquismo si quieren, desde ya
sentimos ciertamente que entra en juego demasiada estima de sí mismo,
y sin embargo, ¿nos hemos distanciado tanto? Si pensamos que actualmente
es alrededor de un discurso, de un discurso sobre el sujeto que retomarnos
el acto y que nuestra ventaja no podría basarse en ninguna otra cosa
que lo que nos hace restringir el punto de apoyo de ese sujeto imponiéndonos
la más ruda disciplina al no querer dar por segura más que esa
dimensión por la cual él es el sujeto gramatical.
Entendamos bien que esto no es nada nuevo y que el año pasado en
nuestra exposición sobre la lógica del fantasma, hemos marcado
en su lugar, en el lugar del no pienso esta forma del sujeto que aparecía
como astilla* del campo reservado para él. Esta dimensión propiamente de
la gramática que hacia que el fantasma pudiese ser literalmente dominado
por una frase y una frase que no se sostiene, que no se concibe fuera de la
dimensión gramatical, la conocemos, Ein kind wird geschlagen,
se pega a un niño. Este es el punto básico más
seguro alrededor del cual, en nombre de lo que nosotros postulamos también
a titulo disciplinario, que no hay metalenguaje, que la lógica misma
debe ser extraída de esta base que es el lenguaje, es alrededor de
esta lógica por el contrario que vamos a hacer girar esta triple operación,
la que por una especie de tentativa, de intento de adivinación, de
riesgo, hemos dado la forma del grupo de Klein, operación que comenzamos
a puntuar en el camino seguido originalmente por donde la hemos abordado
con los terminos de alienación, verdad y transferencia.
Ciertamente sólo son abrochamientos para ser recorridos, en cierto
sentido estamos, al menos para reecontrarnos allí para soportar lo
que pueden representar para nosotros, forzados a darles otro nombre, pero
ciertamente, con la condición de darnos cuenta de que se trata del
mismo trayecto.
Es a partir de la subversión del sujeto que hemos ya desde hace diez
años articulado suficientemente este término como para que se
conciba qué sentido tiene en el momento en que decimos que es desde
la "subversión del sujeto" que vamos a retornar la función del
acto, en la forma en que se nos presentifica, el yo (Je)1 de la acción, y ese sujeto articulado
en esos términos deslizantes, siempre listo a escapársenos por
un desplazamiento, por un salto, a uno de los vértices de ese tetraedro
que había reproducido la última vez, recordándoles esas
funciones y esos términos, a saber:
la posición del o-o de donde parte la alienación originaria,
la que desemboca en el no pienso, para que pueda incluso ser elegida.
¿Y que quiere decir esa elección? El no soy que articula
el otro término (esos vectores, o más exactamente esas directrices
en las que están tomadas las operaciones fundamentales, que acabo de
recordar con los términos de alienación, verdad y transferencia)
¿Qué quiere decir, a dónde nos conducen?
El acto psicoanalítico, lo planteamos como consistiendo en soportar
la transferencia no decimos que la soporte el que hace el acto, el psicoanalista
implícitamente- esa transferencia que sería una pura y simple
obscenidad, yo diría redoblada de parloteo, si nosotros no le devolviéramos
su verdadero nudo en la función del sujeto supuesto saber. Acá
lo hemos hecho desde hace tiempo demostrando que todo lo que articula su diversidad
como efecto de transferencia, sólo podría ordenarse en relación
a esta función verdaderamente fundamental, presente en doquiera que
haya algún progreso del saber, y que cobra acá su valor justamente
porque la existencia del inconsciente la pone en cuestión, una cuestión
nunca planteada de que uno esta siempre allí si se puede decir implícitamente
la respuesta queda incluso desapercibida. Que desde el momento en que hay
saber hay sujeto y que hacen falta algunos desfasajes, algunas fisuras, algunas
sacudidas, algunos momentos del yo (je) en ese saber, para que de
golpe uno se de cuenta, para que así se renueve ese saber que sabia
de antes.
Esto apenas se nota en el momento que pasa. Pero es el campo del psicoanálisis
lo que lo vuelve inevitable. ¿Que pasa con ese sujeto supuesto saber
puesto que tenemos que ver con esa especie de impensable que en el inconsciente
nos sitúa un saber sin sujeto? Por supuesto acá también
hay algo de lo que no se nos puede ocurrir seguir considerando que el sujeto
está implicado en ese saber dejando escapar simplemente todo lo que
hay de la eficiencia de la represión; sólo es concebible que
el significante presente en el inconsciente es susceptible de retorno y precisamente
reprimido en tanto que no implica nada de sujeto, que ya no es lo que representa
a un sujeto para otro significante, que se articula a otro significante sin
que por lo tanto represente al sujeto, que no hay otras definiciones posibles
que lo que hay verdaderamente de la función del inconsciente, en tanto
que el inconsciente freudiano no es simplemente este implícito o este
oscurecido, ni este arcaico o primitivo. El inconsciente está siempre
en otro registro, en el movimiento instaurado como hacer por ese acto de soportar
o aceptar la transferencia.
La pregunta es: qué deviene el sujeto supuesto saber? Voy a decirles
que el psicoanalista en principio sabe lo que él deviene. Ciertamente
él cae. Lo que está implicado, acabo de decirlo, teóricamente
en esta suspensión del sujeto supuesto saber, ese rasgo de supresión,
esta barra sobre la S que la simboliza en el devenir del análisis se
manifiesta en que: algo se produce y en un lugar ciertamente no indiferente
al psicoanálisis, porque es en su propio lugar que esto surgió.
Esto se llama el objeto a.
El objeto pequeño a es la realización de esta especie
de des-ser que golpea al sujeto supuesto saber. Que sean el analista y como
tal el que viene a ese lugar no es dudoso y se marca en todas las inferencias,
si puedo decir, donde se sintió implicado, hasta el punto de no poder
hacer otra cosa que desviar el pensamiento de su práctica en ese sentido
de la dialéctica, y de la frustración, corno ustedes saben,
ligadas alrededor de que él mismo se presenta como la substancia de
lo que está en juego y manipulación en el hacer analítico.
Y es justamente desconociendo lo que hay de distinto entre ese hacer y el
acto que permite el acto, si puedo decir, que lo instituye, aquel del que
partí recién definiéndolo como esa aceptación,
ese soporte al sujeto supuesto saber, al que sin embargo el analista sabe
que está destinado al des-ser y que constituye, si puedo decir, un
acto en falso puesto que él no es el sujeto supuesto saber, puesto
que no puede serlo, y no hay nadie que lo sepa mejor que el psicoanalista.
Tiene que ser ahora, o quizás un poco más tarde, pero por
qué no ahora, porqué no enseguida sin perjuicio de volver sobre
eso que yo espero hacerles más familiar recordándoles las coordenadas
en otros registros, en otros enunciados, no es necesario recordarles que la
tarea psicoanalítica en tanto que ella delinea ese punto, si puedo
decir del sujeto ya alienado, en un cierto sentido ingenuo en su alienación,
aquél que el psicoanalista sabe definido por el no pienso, de
eso a lo que él lo pone a la tarea—es un pienso que toma justamente
todo su acento en que el sepa el no pienso inherente al estatuto del
sujeto, el lo pone a la tarea de un pensamiento que se presenta de algún
modo en el mismo enunciado, en la regla que él le dá como admitiendo
esta verdad básica del no pienso, que la asocia y libremente,
que no busca saber si está o no entero como sujeto, si allí
se afirma—la tarea a la cual el acto psicoanalítico da su estatuto
es una tarea que implica ya en sí misma esta destitución del
sujeto y ¿adónde nos conduce esto?
Hay que acordarse, no hay que pasarse el tiempo olvidando lo que en Freud
se articula expresamente del resultado. Eso tiene un nombre y Freud no tuvo
pelos en la lengua para decírnoslo, es algo que hay que valorizar más
aún por el hecho de que como experiencia subjetiva nunca fue hecho
antes del psicoanálisis, se llama la castración,
que hay que tomar en su dimensión de experiencia subjetiva en tanto
que en ninguna parte si no es por esa vía, se realiza el sujeto, me
refiero al sujeto por supuesto, el sujeto sólo se realiza en tanto
que falta, lo que quiere decir que la experiencia subjetiva desemboca a esto:
Simbolizamos
, pero todo empleo de la letra se justifica con demostrar que basta con
recurrir a su manipulación para no engañarse, a condición
de que se sepa valerse de ella por supuesto, lo que no quita que tengamos
derecho al menos a intentar poner allí un existe que evocaba
recién, a propósito del psicoanalista, al comienzo del discurso
de hoy, y que ese existe en cuestión, ese existe de una
falta, tenemos que encarnarlo en lo que le dá efectivamente su nombre,
la castración. A saber, que el sujeto él realiza que
no tiene el órgano de lo que yo llamaría —porque hay que elegir
bien el término— el goce único, unario, unificante, se trata
propiamente de lo que hace uno el goce en la conjunción de sujetos
de sexo opuesto, es decir sobre lo que insistí el año pasado
marcando que no hay realización subjetiva posible del sujeto como
elemento, como partenaire sexuado en lo que él imagina como unificación
en el acto sexual.
Esta inconmensurabilidad que intenté ceñir ante ustedes el
año pasado usando el número de oro en tanto que es el símbolo
que deja jugar a lo más amplio, hay algo allí sobre lo que no
puedo dejar de insistir por el hecho de que es del registro matemático,
esa inconmensurabilidad en relación al pequeño a, puesto
que es el pequeño a que he retomado no sin intención
para simbolizarlo, ese número de oro del pequeño a, he
aquí donde se juega lo que aparecía como realización
subjetiva al cabo de la tarea psicoanalítica, a saber, esa falta, ese
no tiene el órgano. Esto obviamente no deja de tener un
trasfondo si pensamos que el órgano y la función son dos cosas
diferentes y que se puede decir, vuelvo de vez en cuando, que el problema
es saber cual función hay que dar a cada órgano. Acá
está el verdadero problema de la adaptación del viviente. Cuantos
más órganos tiene más trabado está.
Dejemos eso.No se trata pues acá de una experiencia limitada, de
una experiencia lógica y después de todo por qué no
ya que por un momento hemos saltado al otro plano, al plano de las relaciones
del viviente consigo mismo y que sólo abordamos por el esquema de
esta aventura subjetiva. Tenemos que recordar acá que, desde el punto
de vista del viviente, después de todo, todo esto puede ser
considerado como un artefacto (2) y que sea la lógica el lugar de
la verdad no cambia la cuestión, puesto que la cuestión que
se encuentra al término es precisamente aquella a la que podremos
dar todo su acento en su momento: ¿qué es la verdad?
Pero entonces nos importa ver que de esas dos líneas, las que designé
como la tarea, el camino recorrido por el psicoanalizante en tanto que va
del sujeto ingenuo que es además el sujeto alienado a esa realización
de la falta en tanto que, se los hice notar la última vez, sabemos
que no es esa falta lo que está en el lugar del no soy, esa
falta estaba allí desde el origen, desde siempre sabemos que esa falta
es la esencia misma de ese sujeto al que llaman hombre a veces, y ya hemos
dicho que el deseo es la esencia del hombre y esa falta simplemente ha hecho
un progreso en la articulación, en su función de órgano,
el progreso lógico esencialmente es esa realización como tal
de la falta fálica. Pero implica que la pérdida en tanto que
estaba allá de entrada, en ese mismo punto, antes que el trayecto sea
recorrido y simplemente para nosotros que sabemos, la pérdida del
objeto que está en el origen del estatuto del inconsciente será
realizada en otra parte y esto fue siempre formulado expresamente por Freud.
Precisamente, de allí he partido, al nivel del des-ser del sujeto supuesto-saber.
Es en tanto que este da su soporte a la transferencia, que está bajo
la línea negra, que él sabe de donde parte, no que él
sea allí, él sabe demasiado bien que él no es allí,
que no es el sujeto supuesto saber, pero que es alcanzado por el des-ser que
sufre el sujeto supuesto saber, que al final es él, el analista, el
que da cuerpo a lo que ese sujeto deviene bajo la forma de objeto pequeño
"a".
Así, como es de esperar, conforme a toda noción de estructura,
la función de la alienación que estaba al principio y que hacía
que partiéramos del vértice arriba a la izquierda, de un sujeto
alienado, se encuentra al fin igual a sí mismo, si puedo decir, en
ese sentido de que el sujeto que se realizó en la castración
por vía de una operación lógica, vía alienada,
remitir al otro, descargarse si se puede decir y es la función del
analista, de ese objeto perdido desde donde en la génesis podemos concebir
que se origina toda la estructura. De allí la alienación del
pequeño a, en tanto que viene acá y se separa del
que al fin del análisis es idealmente la realización del
sujeto. De este proceso se trata:
Hay un segundo tiempo en esta enunciación que voy a continuar ahora
ante ustedes. Abro un paréntesis para poner ante ustedes eso ante lo
que me detuve recién. Con lo que hubiera podido hacer una introducción
me voy a limitar a hacer una llamada: no es por azar, juego escolar, que se
me ocurrió tomar un punto familiar con el que les cosquillearon el
cerebro durante la enseñanza secundaria, me refiero al cogito de Descartes.
Porque comporta en él ese elemento particularmente favorable para
reubicar el desvío freudiano, no ciertamente para demostrar con eso
alguna coherencia histórica como si todo eso debiera empalmar de siglo
en siglo en una forma de progreso, cuando es muy evidente que si hay algo
que evoca, es más vale la idea del laberinto, pero dejemos a Descartes.Mirando
de cerca al cogito, observen que el sujeto que allí es supuesto como
ser, bien puede ser el del pensamiento, pero, ¿el de que pensamiento
en definitiva? De ese pensamiento que viene a rechazar todo saber. No se
trata de lo que hacen después de Descartes los que meditan sobre la
inmediatez del soy al pienso, una evidencia que según
su gusto ellos hacen consistente o escurridiza. Se trata del acto cartesiano
mismo en tanto que es un acto el que nos sea referido y dicho; es precisamente
al decirlo que es acto Es de donde se consuma una puesta en suspenso de todo
saber posible. Que allí esté lo que asegura el soy,
es por ser pensamiento del cogito, o es desecho de saber?
Vale la pena plantear la cuestión. Si se piensa que lo que en los
manuales de filosofía se llama los sucesores, la posteridad,
un pensamiento filosófico, como si se tratara simplemente de
retomar los trozos de melaza para hacer otra mezcla, se trata en cambio cada
vez de una renovación de un acto que no es forzosamente el mismo, y
que si aprehendemos Hegel, seguramente aún allí, como en todas
partes, volvemos a encontrar la puesta en suspenso del sujeto supuesto saber,
salvo que no es en balde que ese sujeto está destinado a darnos el
saber absoluto al cabo de la aventura.
Pero para ver lo que esto quiere decir hay que mirar un poco más
atentamente y porque no mirar en el punto de partida? Si La fenomenología
del espíritu se lnstituye expresamente por engendrarse en función
de acto, no es acaso visible en la mitología de la lucha a muerte por
puro prestigio, que ese saber de origen teniendo que trazar su camino hasta
devenir ese Impensable saber absoluto del que uno puede incluso preguntarse
—y no sin derecho puesto que Hegel se lo pregunta— si podrá sostener
ni siquiera un sólo momento de sujeto, que ese saber del origen que
nos es presentado como tal, es el saber de la muerte, es decir otra forma
extrema, radical, de puesta en suspenso como fundamento de ese sujeto del
saber.
Nos parece notable, reinterrogando desde el punto de vista de las consecuencias
eso que nos es fácil percibir a partir de ese momento, que lo que la
experiencia analítica propone como objeto pequeño "a" en la
vea de mi discurso no hace otra cosa que resumir, puntuar, dar su signo y
su sentido a que esta experiencia se articule en todas partes, hasta en el
desorden y la confusión que engendra ese objeto pequeño
a, no vemos acaso que viene al mismo lugar donde está a nivel
de Descartes ese desecho de saber, a nivel de Hegel ese saber como saber
de la muerte, del que ciertamente sabemos que es esa su función y
que de ese saber de la muerte, articulado precisamente en esta lucha a muerte
de puro prestigio en tanto que funda el estatuto del Amo, proviene ese aufhebung
del goce, del que da razón.
Es renunciando al goce en un acto decisivo para hacerse sujeto de la muerte
que el amo se instituye y es precisamente por allí, lo subrayé
en su momento, que se presenta para nosotros la objeción que podemos
hacer de que por una singular paradoja, una paradoja inexplicada en Hegel,
es al amo que retornará ese aufhebung del goce.
Montones de veces hemos preguntado ¿por qué? ¿Por qué
razón si es para no renunciar al goce que el esclavo se vuelve esclavo,
porque no lo conserva? Porque vuelve al Amo? cuyo estatuto es haber renunciado
al goce salvo bajo formas de las que quizás podemos exigir algo más
que el pase de prestidigitación de la maestría hegeliana para
rendirnos cuenta? No es empresa pequeña, si podemos tocar en la dialéctica
freudiana un manejo más riguroso, más exacto y más conforme
a la experiencia de lo que es el devenir del goce después de la primera
alienación.
Ya lo indiqué bastante a propósito del masoquismo para que
se sepa lo que quiero decir y que sólo indico un camino a retomar.
Ciertamente hoy no podemos demorarnos más en esto pero hacía
falta que el esbozo fuese indicado en su lugar.
Para continuar nuestro camino en función del acto analítico,
lo único que hicimos hasta ahora, quiero decir en lo que acabo de decir,
es demostrar lo que él engendra por su hacer.
Para adelantar un paso vayamos al único punto donde el acto puede
ser interrogado en su punto de origen. ¿Qué es lo que se nos
dice?
La última vez ya evoqué que es al término de un psicoanálisis
supuestamente consumado que un psicoanalizarte puede devenir psicoanalista.
No se trata para nada de justificar acá la posibilidad de esta confluencia.
Se trata de plantearla como articulada y ponerla a prueba en nuestro esquema
tetraédrico como pueden observar.
Es el sujeto que ha cumplido la tarea al cabo de la cual se realizó
como sujeto en la castración en tanto que fallo hecho al goce de la
unión sexual. Es aquel que debemos ver, por una rotación si
quieren, o una báscula de un cierto número de grados—tal como
está dibujado en la figura de 180 °, para ver pasar, volver lo
que se ha realizado acá a la posición de partida, excepto que,
como ya lo subraye, que el sujeto que llega acá sabe lo que resulta
de la experiencia subjetiva y
que esa experiencia implica también, si puedo decir, que a su izquierda
quede lo que ha resultado de aquel cuyo acto es responsable del camino recorrido.
En otros términos,
en lo que respecta al analista tal como lo vemos surgir ahora a nivel de su
acto, ya hay saber del des-ser del sujeto supuesto saber en tanto que por
toda esta lógica es la posición de partida necesaria.
Es precisamente por eso, lo dijimos la última vez, que en lo que
resulta para él de ese acto se trata de lo que definimos hace un rato
como acto en falso.
¿Cual es la medida del esclarecimiento de su acto? Porque en tanto
que ha recorrido el camino que permite ese acto, él mismo es de aquí
en adelante la verdad de ese acto.
Es la cuestión que planteé la última vez de que una
verdad conquistada pasando el saber es una verdad que califiqué como
incurable, si puedo expresarme así, porque si seguimos lo
que resulta de esta báscula de toda la figura que es la única
donde puede explicarse el pasaje de la conquista, fruto de la tarea, en la
posición del que atraviesa el acto desde donde esta tarea puede repetirse,
es acá que llega el $ barrado que ya estaba al comienzo
en el o—o del o no pienso o no soy, y efectivamente,
en tanto que hay acto que se mezcla a la tarea, que la sostiene, de lo que
se trata es propiamente de una intervención significante.
Es en lo que actúa el psicoanalista por poco que sea, pero donde
se trata propiamente en el transcurso de la tarea de ser capaz de esta intromisión
significante, que propiamente hablando no es susceptible de ninguna generalización
que pueda llamarse saber.
Lo que engendra la interpretación analítica, es algo que no
puede ser evocado de lo universal más que bajo la forma, que les ruego
remarcar hasta qué punto es contraria a todo lo que hasta ahora se
calificó como tal: es, si se puede decir, esa especie de particular
que se llama llave maestra, la llave que abre todas las cajas.
¿Cómo diablos concebirla?
¿Qué es ofrecerse como el que dispone de lo que de entrada
sólo se puede definir como algo particular?
Esta es la cuestión que dejo a menudo solamente esbozada, de lo que
resulta del estatuto del que en el punto del $ puede hacer que
exista algo que responda en la tarea al sujeto supuesto saber.
Vean bien exactamente lo que esboza la pregunta: ¿Qué tiene
que ser posible para que haya un analista?
Lo repito, en el rincón de arriba a la izquierda del esquema del
que partimos, para que toda la esquematización sea posible, para que
la lógica del psicoanálisis exista, hacia falta que allí
estuviera el psicoanalista. Cuando se pone acá, después de haber
recorrido él mismo el camino psicoanalítico, ya sabe adonde
lo conducirá como analista el camino a recorrer, al des-ser del sujeto
supuesto saber, a no ser más que el soporte de ese objeto que se llama
el objeto pequeño a.
¿Qué es lo que nos delinea este acto psicoanalítico,
del que es preciso recordar que una de las coordenadas, es precisamente excluir
de la experiencia analítica todo acto, toda exhortación al acto?
Se recomienda a lo que se llama el paciente, el psicoanalizante
para nombrarlo, tanto como es posible se le recomienda esperar par actuar,
y si algo carácteriza la posición del psicoanalista, es precisamente
que sólo actúa en el campo de intervención significante
que acabo de delimitar.
Tenemos acá también ocasión de darnos cuenta que sale
totalmente renovado el estatuto de todo acto, ya que el lugar del acto cualquiera
que sea y tendremos que darnos cuenta en la huella de lo que queremos decir
cuando hablamos del estatuto del acto, sin poder permitirnos ni siquiera agregar
el acto humano, que si el psicoanalista está en alguna parte,
a la vez no se conoce, que es también el punto donde él existe,
en tanto que ciertamente es sujeto dividido y justo en su acto, y que el
fin donde es esperado, a saber ese objeto pequeño a, en tanto
que no es el suyo, sino aquel que de él como Otro requiere el psicoanalizarte
para que con él sea de él arrojado
¿No se nos abre acaso con esta figura lo que hay del destino de todo
acto bajo diversas caras?
Desde los Héroes de la antigüedad se intentó siempre
ubicar en toda su extensión, en toda su dramática, lo que hay
del acto, no es por cierto que en esa misma época el saber no se haya
orientado hacia otras huellas porque también, y no es desdeñable
recordarlo, es la época en que en lo que respecta al acto sabio se
buscó, y en verdad no hay nada que desdeñar allí, la
razón en un bien: el fruto del acto, esto es lo que parecía
dar su primera dimensión a la Etica, lo retomé en su momento
comentando la de Aristóteles.
La Etica a Nicómaco parte de que hay de entrada bien a nivel
del placer y que una regla justa seguida en ese registro del placer nos llevará
a la concepción del bien soberano.
Queda claro que allí se trataba, a su manera, de una especie de acto
llamado "filosófico". No tiene ninguna ímportancia como podamos
juzgarlo ahora. Era una época.
Sabemos que a esto se aparejaba una interrogación muy distinta, la
interrogación trágica sobre el acto, pero que s! se remitía
a un obscuro divino, si hay una dimensión, una fuerza que no era supuesto
saber, era la del ananke antiguo (
) en tanto que estaba encarnada por esa especie de locos furiosos que eran
los dioses.
¡Midan la distancia recorrida desde esta perspectiva del acto a la
de Kant..! Si hay algo que de otra manera vuelve necesario nuestro enunciado
del acto como un decir, es precisamente la medida que da Kant de que debe
ser reglado por una máxima que pueda tener alcance universal.
¿No se encuentra acá también, espero que algunos se
acuerden, lo que yo he caricaturizado gustosamente, casando semejante regla,
tal como es enunciada en la fantasmagoría de Sade?
¿No es cierto por otra parte que entre esos dos extremos, me refiero
a Aristóteles y Kant, la referencia al Otro tomada como tal es esa,
también ella muy graciosa, que fue dada por una forma al menos clásica
de la dirección religiosa?
La medida del acto a los ojos de Dios estaría dada por lo que se
llama la intención recta.
¿Es posible esbozar un camino de engaño más instalado
que poner esta medida al principio del valor de acto?
¿Es que de algún modo la "intención recta" en un acto,
puede por un instante suscitar para nosotros la cuestión de su fruto?
Es seguro que Freud no fue el primero en permitirnos salir de esos anillos
cerrados, para poner en suspenso el valor de la buena intención tenemos
una crítica muy eficaz, explícita y manejable en lo que Hegel
nos articula de la Ley del Corazón o del Delirio de la Presunción,
que no basta alzarse contra el desorden del mundo para no hacerse el más
permanente soporte de esa misma protesta.
Acá el pensamiento, justamente el que ha sucedido al acto del cogito,
nos dio numerosos modelos. Cuando el orden surge de la Ley del Corazón,
destruido por la crítica de la fenomenología del espíritu,
no vemos otra cosa que el retorno, que sólo puedo calificar como ofensivo,
de la astucia de la razón.
En esto tenemos que darnos cuenta que esa meditación desembocó
especialmente sobre algo que se llama "acto político" y que seguramente
no es vano, que lo que se engendro no solamente de meditación politice
sino de acto político, en lo que yo no distingo para nada la especulación
de Marx de la forma en que ha sido puesta en acto en tal o cual recodo de
la revolución, ¿no es posible que podamos citar todo un linaje
de reflexiones sobre el acto político, en tanto que ciertamente son
actos en el sentido en que esos actos eran un decir y precisamente decir en
nombre de algunos que aportaron un cierto número de cambios decisivos?
No es posible acaso volver a interrogarlos en ese mismo registro, que es
al que desembocará hoy lo que delineo del acto psicoanalítico
allí donde está y no está a la vez, que puede expresarse
así en virtud de la palabra de orden que da Freud al análisis
del incosnciente:
Wo es war, y yo les enseñé a releerlo la última
vez, soll ich werden. Wo $ Tat, y me permitirán
escribir esa es (ese) con la letra barrada. Allí donde
se trataba del significante, en el doble sentido de acaba de suspender y en
que llegaba hasta actuar, no soll Ich werden sino muss Ich,
yo (moi) que actuó, yo (moi) que, como decía el
otro día, lanzo en el mundo esa cosa a la que uno podría dirigirse
como a una razón, muss Ich pequeño a, muss
Ich a werden, yo (moi) de lo que introduzco como
nuevo orden en el mundo debo devenir el desecho.
Esta es la nueva forma bajo la que les propongo una nueva manera de interrogar
el estatuto del acto en nuestra época, en tanto que este acto tan singularmente
emparentado a un cierto número de introducciónes originales,
en la primera fila de las cuales esta el cogito cartesiano, en tanto que
acto psicoanalítico permite replantear la cuestión.
NOTA DEL TRADUCTOR
(1) Je: Yo - Se emplea solamente como elemento del grupo verbal, generalmente
se suprime al traducir al español (je pense, done je suis: pienso,
luego soy). Al yo como instancia psíquica se lo designa como moi.
(2) Artefact: fenómeno de origen humano, artificial (en el estudio
de los hechos naturales).
Texto traduzido pela
equipe da Escola Freudiana de Buenos Aires. Modificações e
notas em português de Luiz-Olyntho Telles da Silva.